Madeleine, XV y fin...


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IIIIIIIVVVIVIIVIIIIX
X XI XII XIII XIV 
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(Por petición popular)

Al amanecer, Madeleine continuaba dormida entre mis brazos, y yo no había pegado ojo. Calibré la buena suerte del día anterior, mientras fijaba en mi memoria sus rasgos; la piel tostada por el sol, el pelo gris, las piernas delgadas, los pechos que se le adivinaban pequeños bajo la bata, las manos suaves, su boca fina y bien dibujada. Me vestí en el cuarto de baño y le dejé una nota en la almohada. Sí, soy un clásico. No quería entretenerla, tenía que irse, coger un avión en Madrid a primera hora de la tarde. En el papel, arrancado de la libreta que ponen junto al teléfono en todo hotel que se precie, le había dejado mi dirección, mi número de teléfono y mi nombre completo, remarcando la e de Esteban, con una posdata: 

No creo que sepas lo que has significado para mí, o quizás sí: eres endemoniadamente lista. 
Me ha gustado conocerte. 
Me gustará conocerte más. 
Estaban.

(Unos meses después)

Ahora, a trabajar... ¿?
Tenía que ordenar la correspondencia de Madeleine, empezando por la primera postal: una reproducción de Les Très Riches Heures du Duc de Berry, Mars, (anoto directamente del reverso) explicándome por qué casi me mata en Aveinte: el neumática ha estallado, porque el francese garaje diche me que hubo un gordo clavo. Un pequeño regalo para ti, para que acuerdes moi, Madeleine Clore. El pequeño regalo consistió en una caja con una selección de tés (Earl Grey, Breakfast, té blanco, rojo, negro, verde, y de todos los colores), y una toalla granate, cuyo significado aún no comprendo. El significado del envío, aclaro. A la postal respondí con una carta y un paquete con unos pendientes de plata en forma de campana, no sé si entendió el significado (del envío). A estos primeros contactos postales siguieron otros, una foto de Madeleine en su casa (vive cerca de París, pero en el campo); una foto mía muy cerca de donde nos conocimos, en el arcén donde nos encontró la pareja verde oliva, y a partir de entonces, la historia (o esto que nos pasa a Madeleine y a mí) comenzó a fluir más deprisa... y mejor. Su hijo empezó a darle clases de español; su hijo, un muchacho audaz que había dado la vuelta al mundo (válgame dios) con dieciocho años, y que había comenzado tamaña gesta enrolado en un barco de bandera española y capitán gaditano. (De ahí que las posdatas aparecíesen envueltas en versos de coplas cada vez más a menudo). De las cartas, postales y paquetes, pasamos pronto a escribirnos por internet, (en esto me ayudó mucho cierta muchacha rubia que trabaja en una cafetería singular. La muchacha y la cafetería); y, Madeleine me seguía gustando mucho, mucho.

Vaya, ya tenía ordenada la correspondencia, la guardé en una caja, y apagué el portátil. Un último vistazo. La llave del gas, cerrada. Olía a cambio de estación. Que no se me olvide cerrar la llave del agua en el cajetín del pasillo. Ya está. Los libros de Teresa, bien tapados, y las plantas en casa del vecino para que no tenga que bajar y subir cada día a regar.

Reviso puertas y ventanas y hago inventario de lo que dejo y de lo que llevo, como mi Teresa me enseñó. Tantas cosas que me enseñaste, Teresa. El coche ya lo saqué del garaje, y avisé a los padres jóvenes del tercero de que no me importa que usen la plaza y el trastero mientras estoy fuera, hay que ver la de cachivaches que traen aparejados los hijos, esos locos bajitos.

Es la primera hora de la mañana: guardo las maletas, el ordenador y la caja con la correspondencia de Madeleine en el maletero. Un momento. Saco la cartera del bolsillo de la americana y, sí, aquí estás. Teresa. Cuánto te quise. Cuánto me enseñaste. Fíjate, allá voy, Teresa, a la aventura. A mi edad, viejo tonto, ¿eh? Tal vez todo esto sea un error, un gran error. Si no te hubieses ido, yo no estaría haciendo esto y tú lo sabes. Como sabes que no me queda más remedio, Teresa. El riesgo sería no ir. Sólo de pensarlo el corazón me protesta. Quizás esté perdiendo la oportunidad de no quererla, Teresa. Como tú y yo perdimos la ocasión de no ser nada el uno para el otro. Menos mal que te tuve conmigo, pasando juntos un trecho de la vida. 

Me peino con los dedos, ajusto el retrovisor y me quedo embobado mirando a una madre con tres hijas preciosas, todas en chándal. La mayor, de unos dieciocho años lleva el mundo en los ojos. La mediana, de unos quince, sonríe y la temperatura sube varios grados. La pequeña, un hada volatinera, ríe por el placer de reír. La madre las mira, fascinada.  La vida.

Me abrocho el cinturón.
Giro la llave de contacto.
Enciendo el aparato de música y le doy al play (a estas alturas voy a terminar siendo políglota).
La vida es impredecible, con baches y cambios de rasante imprevistos. Carretera secundaria frecuentada por camiones.
La vida.
La vida es rara, y no hay más que hablar.


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La reproducción de la imagen la tomé de aquí.
Aunque la protagonista del relato se llama Madeleine, la mujer francesa de melena color gris perla que me la inspiró, se llama Marlene.
A mis lectoras, gracias por seguir esta y (casi) todas mis historias.
Y a los lectores que no conozco (sé que me visitan, pero una nunca sabe si leen o no…) decirles que, si es así, si han leído…  espero que les haya arrancado una sonrisa: ésa era la pretensión.
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Comentarios

Flory ha dicho que…
Bien, bien, bien... Desde el principio te insistí en que mimaras el final de esta historia, porque ya sabemos cómo es la vida de dura, pero porqué no buscar finales felices o abiertos a la fecilicidad como es el caso. Creo que has resuelto muy bien una situación que podría rozar la ñoñería pero que sencillamente roza la esperanza y eso es mucho más de lo que nuestros corazones maduros (bueno el mío), con demasiadas cicatrices, pueden esperar. Gracias. Un beso de color morado y una pregunta, ¿volverán?
María Antonia Moreno ha dicho que…
Gracias por cómo has leído Madeleine. Tus comentarios y tu atención han sido muy importantes para el desarrollo del relato, sobre todo, para el final. :) Gracias. En esto de escribir uno se siente a veces algo solo... y ayuda y reconforta saber que sí, que hay alguien a quién le importa.

A tu pregunta: ¿quién sabe?

Otro beso para ti, del color que desees.
Ame ha dicho que…
A pesar de mis temores, finalmente he comprobado que no se parece a "la Tellado" (aunque no he leido nada de ella). Si bien no es novela negra me lo he leído de un tirón, con esto quiero decirte que me ha gustado mucho (a pesar de los problemas técnicos que he tenido). Una vez descubierto tu blog te seguiré con tus nuevos relatos y tus nuevos y conocidos personajes (otras y yo).¿ Podré intervenir en el final de tu próxima historia? besos Ame.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Ame: no sabes lo contenta que me voy a la cama, y más teniendo en cuenta la exigente lectora que eres :) Por supuesto que podrás intervenir, y estaré encantada de que lo hagas. Un beso y gracias por leer a Madeleine, a pesar de los inconvenientes técnicos. Ya sabes, ésta, a partir de ahora, también es tu casa.
Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Me he perdido la lectura continua de esta historia, maria antonia, y bien que lo siento. Aunque muchas veces, como bien sabes, conocer el final otorga a todo el texto una luz muy particular. Así que la empezaré... Besazos.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Isabel, cierto es que yo me tomé un descanso bastante prolongado... así que los impedimentos han ido en dos direcciones. Espero que todo bien. Un besote

P.D. yo tengo pendiente las dos últimas entregas de tus gemelos. Otro beso.
Jésvel ha dicho que…
Llevo muuucho retraso en la lectura de mis "feed" (creo que se dice así) y me sorprendo con que Madeleine haya llegado a su fin... Me niego a leer el final por anticipado. ¡Son solo 15 entregas! Así que, como no sé dónde me quedé, voy a releer desde el principio ¡en ascuas estoy!
María Antonia Moreno ha dicho que…
Jésvel, espero tu opinión :D Ya me contarás... pero sé indulgente... ;)
Jésvel ha dicho que…
Lo que he leído hasta el momento me ha gustado mucho (eso, sin ser indulgente... )
María Antonia Moreno ha dicho que…
Pues ya me contarás al final!!! Qué suspense, jeje :)
Jésvel ha dicho que…
Pues sí, optimismo puro: uno tiene un accidente y acaba iluminándosele la vida.

Ya decía que me gustó desde el principio. Creo que, sobre todo, por lo bien dosificada que ha ido la historia y sus requiebros.

María Antonia Moreno ha dicho que…
Glups. Gracias :) Me alegro que te haya gustado!! Feliz fin de semana.