Madeleine, X


Entregas anteriores:
IIIIIIIVVVIVIIVIII, IX
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¿Veis a Esteban y a Madeleine por ahí?
¿Pensar? Pero, ¡cómo! Pero, ¡qué! Pero es... ¡qué! 
¿Es una maldición? ¿Es simplemente, mala leche?
¿Cuántas veces desde que el mundo ha sido ha tenido que explicar un hombre a una mujer en qué está pensando?
¿Es que ninguna mujer en este mundo puede resistirse a hacer esa pregunta? LA PREGUNTA.
Y no.
No es que los hombres no pensemos en nada. ¿En qué piensas, Esteban?, me decía mi Teresa. En nada, contestaba yo, para evitarme(nos) líos. Sí, que hay cosas que es mejor no compartir, porque a veces uno piensa cosas tontas que no van a ningún lado. Teresa se mosqueaba. Pues serás una piedra, que no piensa, ni siente, ni padece. Mujer, sentir y padecer, sí, eso ya sí. Ya, porque tú lo digas. Anda, no te pongas así, que si quieres te digo en qué pienso. A ver. En que ya va siendo hora de picar algo. ¡Ya estamos! Es mentira, y dime en qué estabas pensando que si no, te quedas sin probar bocado en todo el día. Avisado estás. No, mujer, pues ¿en qué quieres que piense? En tonterías. Ven, dame un beso. ¿Un beso? Una torta es lo que te mereces. Sí, pero me vas a dar un beso, ¿a que sí? ¡Eres igual que un niño! Pues eso, ¡ahí lo tienes! ¿En que quieres que piense un chavalín como yo? En jugar... 

Eso era antes, maldita sea. Ahora, Teresa mía, ahora que conoces cada recoveco, cada fisura de esta mente mía, porque te fuiste pero te quedaste aquí, conmigo. Ahora. Ahora ¿qué opinión tendrás de mí? Ya habrás descubierto la trampa, el engaño. El engaño de querer ser mejor para ti, de serlo todo para ti y ser simple y llanamente, un hombre un poco timorato y confundido. Pero, ¿qué dices Esteban? Estás muy tonto. Te conocí desde siempre. Supe cómo eras desde siempre. Te quise así. Ay, Teresa mía. Yo también supe cómo eras. Persistente y cabezota, tenaz. Ordenada hasta la obsesión, preocupada por mí. Cómo te quise, mi Teresa. Cómo nos quisimos, Esteban. 

- ¿Estaban? Tú... ¿triste?

Ay, que coño. (Perdón por el improperio). ¿Pero es que las francesas también tienen el don de la adivinación?

-No, esto... yo... 
-Si tú triste, di. Di, Estaban, por favor. 
-No, es que... Estaba recordando. Otros tiempos y otras personas. Otra persona. Mi mujer, Teresa. Ya no está, ¿sabes? Se me murió. Pero está. Porque me cuenta cosas, y me riñe si me paso con la comida o si no voy vestido como a ella le gustaría. Me siento solo. Del todo no, porque está ella. Pero su presencia me hace sentir más solo... no sé si me entiendes. Pero, ¿qué me vas a entender? Ay, estoy muy tonto. 

Madeleine me miraba con sus ojos oscuros, toqueteándose la melena perlada, con un gesto de absoluta concentración. Cabeceaba. Y, de pronto, alzó la mano derecha y le vi el anillo. Eran dos aros entrelazados, dos aros finos que se abrazaban en su anular y quise abrazarla a mi vez. A su mano, a su dedo, a ella. Qué difícil es interpretar qué somos, qué sentimos. La camarera que nos había atendido interpretó, sin embargo, a la perfección qué quería Madeleine.

-¿Querían algo más? 
-Oui, este... Parle tu français? 
-Oui, madame...

La joven nos miraba, mientras aguardaba expectante, junto a nuestra mesa. Los dos, ella y yo, mirábamos a Madeleine y esperábamos. Seguramente ella creía que Madeleine quería más té. Yo estaba casi convencido, pero casi, casi, de que iba a pedir la cuenta y a marcharse de allí, y como no encontraba las frases justas en español, se lo iba a decir a aquella muchacha para que ésta me lo transmitiese a mí. Qué pena. Me gustaba el sitio y ya no podría volver nunca.

Madeleine empezó a hablar. Daba gusto escucharla, aunque no entendiese nada más que oui, oui, Estaban, triste, oui. Daba gusto, aunque tuviese el corazón en un puño pensando en qué demonios significaría todo ese parlamento, tan largo y tan complicado, con tanta sonrisilla y tanta aquiescencia por parte de una y de otra. Y es que las mujeres son un gran misterio. Por muchos años que vivas, por muchas que conozcas o por mucho que conozcas a una. Da igual. La muchacha asintió por enésima vez, tomó aire, dijo algo a su vez en francés, acarició la mano de Madeleine, me miró y comenzó a traducir.

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La foto es mía y es la cafetería Mandala, en Salamanca, 2013. 
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