Sin explicación aparente, IX y Fin

La historia de Elvira, I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
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En la encimera de la cocina, Elvira deposita sus útiles despacio, deleitándose en el proceso. Las jarras medidoras, las varillas de acero, el tamiz, el recipiente de cristal. Todo reluce. Antes, se ha puesto el delantal blanco que la envuelve casi por completo.
Bate los huevos. El sonido la reconforta, el color le da energía. Cómo goza cuando hace magdalenas.
Un cuadro de texturas y matices, inexplicable
Añade el azúcar, la canela y el limón a los huevos batidos y surge una crema espesa. Magia o alquimia, la transformación de los alimentos se le antoja un paisaje desconocido, un cuadro de texturas y matices, algo inexplicable. Vierte la leche de a poco y bate y bate, mientras decide qué cuento le contará esta tarde. Le falta el aceite... Tamiza la harina y la levadura y las deja caer, despacio, como una nevada en noviembre.  Revuelve la crema, que desprende olor a maravilla. Las cápsulas de papel aguardan, ordenadas en hileras, sobre la bandeja del horno. Con una cuchara va  rellenándolas, una a una, casi hasta el borde. En la superficie, Elvira espolvorea azúcar y abre el horno (que mucho antes encendió). Queda ahora observar cómo sube la masa, cómo levan las magdalenas, se doran y el aroma impregna la casa, las cosas, los días y a Elvira.
Quince minutos y ya están. Quedan treinta para las seis, lo justo para que se enfríen, para preparar la taza de topos de colores, la leche con azúcar. 

Y recordar que todo puede ser suave, como una magdalena

Qué ganas de que suene el timbre, qué ganas de abrir la puerta, verla ahí, pequeñita, vestida de domingo, decir adiós a su mamá con un beso y, de pronto y casi por sorpresa, caer en sus brazos, en los brazos de la vecina extraña que vive sola y prepara magdalenas y cuentos para merendar.
En su casa, Miguelito ocupa todo el espacio y todo el tiempo. En casa de Elvira, siempre hay lugar para jugar, siempre hay una historia maravillosa que conocer. Siempre hay tiempo para Cristina. Ella nunca sabrá cómo se queda de embobada Elvira, imaginando que su hija entrará también para compartir merienda, cuentos, besos, sonrisas. Hubieran sido amigas, jugarían a las muñecas, la abrazarían a la par. Sonríe y se oye el timbre. Blancanieves, decide, mientras abre los brazos y el alma se le esponja como una magdalena.



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Las fotos son mías.
Terminó el relato de Elvira. Si es usted uno de sus probables lectores, gracias.
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