Sin explicación aparente, VII

Elvira y su historia: I, II, III, IV, V, VI
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La vida
Es terapéutico enjabonarse el cabello y sentir la espuma que fluye entre los dedos; espuma de los días. Todo parece entonces liviano y perecedero, sin importancia. Termina de lavarse el pelo y se sienta en el borde de la bañera, a desenredarse los adentros. El peine sigue los caminos conocidos y la memoria vuelve, como siempre, sobre lo mismo. Porque todas sus experiencias, sus pesares, sus dolores... parecen concretarse en la ausencia, esa, que fue y es definitiva, alguien a quien no esperaba y que se fue. 
No sabe Elvira si los tres o cuatro novios que tuvo fueron cosa seria. Se sucedieron, sin más. Una película, un paseo, quizás unas caricias o algo más, y de pronto. El cansancio se le venía encima como los metros de tela que vendía en la tienda. Verdes. Azules. Con estampados pop. Los años en los que trabajó en el almacén madrileño fueron los de la movida. Parecía que las mujeres y los hombres vivían en una fiesta perenne, un festín de experimentos, de encuentros a dos, tres y orgiásticas bandas. Eso parecía. A Elvira la movida le pasó por encima, aparentemente, casi sin tocarla. Si no fuese por esos amarillos y esos negros que pintaba los domingos por la mañana.


En cualquier caso, Elvira no sabe si se enamoró. Aquella relación clandestina, entre novio y novio, parecía apropiada para la época. Él estaba casado y tenía tres hijos y ella no pensó que aquéllo durase más que lo que tenía que durar. Cuando todo finalizó, ella se descubrió feliz por el término y por el comienzo. 

Nunca se le pasó por la cabeza, ni por el corazón buscarle para decírselo. Cuando le preguntaban, aducía que era suyo, que era suya. En exclusiva.

Elvira no lo esperaba, no lo había esperado. Ni siquiera pensó que le costaría el trabajo, pero todo lo dio por bueno. Mucha movida, pero nada de derechos, recordó, otra vez. No le importaba. Estaba feliz.

Lástima que no fuese posible. Nada parecía indicar lo contrario; todo iba bien. Se cuidaba, paseaba, se encontraba mejor que nunca. Reía, a solas y con otra gente, pintaba paisajes alegres y le empezó a gustar el sol. Pero. 

Colores dulces


Elvira trata de engañar al dolor visualizando colores dulces. Muerta. De nada sirvió que pidiese, que rogase. Gritó hasta quedarse afónica. Quiero verla. ¿Dónde está? Muerta. Desde entonces, desde ese momento, todos los días le parecían inexplicables. A ella, que siempre pensó que sus manos estaban hechas para amar, para acariciar la piel de una niña morena. 

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