Celeste 65. José C. Vales. Destino, 2017

No puedes evitar enamorarte de Celeste, seas hombre, mujer, sean cuales sean tus preferencias librescas, sexuales, alimenticias o de otro orden. De Celeste, la chica rubia de vestidos y faldas mini, la de los pies vendados, la que bailotea  y canta, apasionada, desafinada y semidesnuda, envuelta en toallas blancas bordadas con el logo del Negresco. La escena se repite una y otra y vez… y todas las veces, cautiva. Bajo la atenta mirada de Nigel, su partenaire, el prototipo de la chica yeyé misteriosa y exasperantemente deliciosa,  enamora al lector y al entomólogo de incógnito, llevándoles al convencimiento de que el mundo gira gracias al balanceo de sus caderas.
Cuando Linton Blint aterriza en Niza transformado en Nigel Balquhidder-Kinloch, es pleno verano y el aire (…) perfumado de flores y sal, nos dio la bienvenida junto a un sol cálido y amarillo. El cielo lucía un milagroso azul olímpico, bien distinto del que habíamos dejado atrás, en un Londres tormentoso y gris. También deja atrás el recadero oficial de moscas y polillas su vida anodina y desgraciada, para sumergirse en el universo brillante, colorido y frívolo de la Costa Azul. La historia se cuenta a través de la voz del protagonista masculino, y se adereza con una sucesión de encuentros, diálogos, sesiones de psicoanálisis, ejercicios gimnásticos y charlas distendidas en la cama y en los bancos, mirando el mar y comiendo helados de vainilla o queso. Es un hilo conductor que se quiebra, se repliega, se disgrega, marcha de atrás hacia adelante y vuelta, desde la salida del laberinto al centro, como una pasarela psicodélica en la que desfilan Brigitte Bardot, espías, anticuarios, detectives, camareros, Grace Kelly, familias ejemplares o que al menos lo parecen.
Y, como rumor de fondo, las polillas, las larvas, las moscas, los piojos. Metáfora de la degradación de las personas y las cosas, vocación conservacionista/exterminadora de  Linton Blint/Nigel Balquhidder-Kinloch.
Es difícil escribir acerca del argumento sin desvelar sus sorpresas. Baste decir que es un relato vibrante, salpicado de fina ironía y que, pese a contar múltiples anécdotas dignas de la mejor revista de papel couché (o gracias), no pierde de vista lo que pretende: retratar la sociedad de los años 60 que veranea en la Costa Azul (y a Europa y el mundo) a través de una intriga delirante; entretener y hacer disfrutar al lector con momentos y peripecias completamente absurdos y verosímiles. José C. Vales parece divertirse desde la primera página a la última, tomándose con humor (mucho y bueno) hasta su propio quehacer: ¿Qué va a ser de ti? ¿Vas a escribir novelas, como toda esa gente que no tiene un oficio digno? Sí, no es difícil imaginar al escritor ante su mesa, rodeado de libros, revistas, lápices, bolígrafos, mapas y, enfrente, el cursor latiendo en la pantalla al ritmo de su risa.
Es ésta su tercera novela, la segunda que subtitula Los pecados estivales; sus primeros pecados veraniegos los situó en el Biarritz de los años veinte (Cabaret Biarritz, Premio Nadal 2015), y los números que rematan los subtítulos nos hacen suponer con regocijo que escribirá (o escribe) Los pecados estivales, 3. ¿Años 90 quizá? Nos lleve adonde nos lleve José C. Vales, será un lugar luminoso y ligero, en el que él se divertirá y nosotros, sus lectores, lo pasaremos en grande. No esperen. Si no lo han hecho ya, viajen a Niza y alójense en Le Negresco.

Reseña publicada en la sección Hablemos de libros de Mi Biblioteca, nº 52.

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Una reseña preciosa y llena de entusiasmo, María Antonia. Me tomo nota para buscar esta novela sin falta.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querida Isabel. Toma nota de esta novela y de Cabaret Biarritz, del mismo autor y anterior, Premio Nadal 2015. Son independientes, diferentes en historia, estructura y autoconclusivas. Son dos joyitas. Un abrazo.