Unas cosas y otras, VI

Marta y Juan terminan de comer y van en busca de un sucedáneo de amor... Juan porque se siente inseguro, Marta porque tiene conciencia. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Olvidará Marta sus prevenciones? ¿Juan será lo suficientemente débil (o fuerte) para dejarse querer por Marta? 

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Y la vida, que pasa
Hace siglos que el chocolate trastocó al mundo. Ese dulzor pesado, rotundo, que ahoga cualquier protesta, cualquier deseo. El anhelo de azúcar es comparable al ansia de amor. La textura suave de la tarta de chocolate se deshace en la boca de Marta, que se pregunta si ha de iniciar un nuevo tema de conversación o ha de insistir en las dudas de Juan. Él ya terminó el postre y, ahora, bebe despacio un café solo, amargo y caliente.
-No, en serio. Estás muy hermética hoy. ¿No hay por ahí nadie, nada a la vista? No puede ser. Simplemente, no está en tu ADN estar sola. 
¿Estar sola? ¿ADN? La realidad tiene múltiples caras. Se ha sentido sola durante los últimos años, más que en toda su vida. Sola. Acompañada a trechos cortos con rupturas continuas que no hicieron sino agravar su soledad.
-¿Eso crees? Lo dices convencido, ¿no?
Marta se parapeta tras la enorme taza de café para que Juan no le adivine el rictus amargo de la pregunta. Él, la observa, hasta cierto punto, incómodo.
-Bueno... ¿a cuántos me has presentado en todos estos años? ¿Seis? ¿Siete? No parece que te guste estar sola, ni que lo prefieras. ¿Te molesta que te diga lo evidente?
-Ya está bien, Juan. ¿Qué manera de pontificar es esta? ¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a decirme todo eso? Y precisamente tú, los que son como tu, los que siempre habéis estado con alguien, los que no sabéis lo que es la soledad. Tú. Tú te atreves a divagar sobre las soledades ajenas... 
Soledades ajenas y propias
Marta ha ido alzando la voz y Juan se ha quedado quieto, asombrado de la reacción, y ahora, sí, molesto con ella, o con él, o quizás con el día, que se ha tornado raro y absurdo.
-Disculpa. He estado fuera de lugar. Pero déjame que te diga que sí sé lo que es estar solo. 
Marta esconde el rostro entre las manos por no mostrar sus lágrimas. Vulnerable, tonta, así se siente. Cómo ha podido dejarse llevar. Cómo.
Juan sigue hablando, sin darse cuenta, sin querer darse cuenta de la aflicción de Marta. Quizás necesita justificar sus palabras, dulcificar sus comentarios, normalizar la conversación. Contar lo que le pasa.
-Tienes razón, en parte. No creas que te la quito. Años con Ana. Llegar a casa y ella. Salir y ella. Volver de vacaciones, con ella. Ella y yo. Marta, ¿es que no te das cuenta de que no sé estar sin ella? Tú, eres tan fuerte. Tan libre. Discúlpame. No tenía derecho a bromear con tu vida, soy torpe, ya lo sabes. ¿Marta?
Si Marta no tuviese conciencia, tomaría la mano de Juan que ahora acaricia su rostro. Dejaría que él viese sus lágrimas. Le diría. Tantas cosas.



 
Entregas anteriores: I, II, III, IV,V.
Fotos de Mª. Antonia Moreno, un lugar en la sierra salmantina, una calle de Madrid. 


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