Habitados

Se me viene hoy al corazón la imagen de algunos monumentos que fueron habitados... fuera del uso primigenio para el que fueron concebidos, fuera de sus dueños primeros. Me refiero a esos monumentos que, en algún siglo de su larga y azarosa historia, fueron invadidos por familias obreras, burguesas... que los habitaron. El Coliseo, sin ir más lejos. Abrieron vanos, colgaron pañales y pañuelos; y los niños corretearon por entre las gradas mientras sus madres atendían el puchero del mediodía. Cometieron desmanes, sin duda. Hace poco nos hablaron en el invento parlante de la televisión de las heridas del monumento romano. Miles de heridas, miles de grietas y miles de desconchones que en los años que vienen se tratarán, gracias a donaciones privadas y públicas, pues los ciudadanos no siempre y sólo cometen atrocidades con las piedras sagradas. Pero sí también.
Recuerdo ahora que Antonio Machado nació en un patio de Sevilla, un patio privilegiado enmarcado por un cielo azul y la fragancia de los limoneros. Las familias que vivieron en el Palacio de las Dueñas lo habían alquilado a la Casa de Alba, y ahí, en ese monumento, vivió el poeta sus primeros ocho años, años que rememoró en sus últimos días, dicha anhelada: Esos días azules, ese sol de la infancia.  
Visito el Palacio de la Salina. Ahí también vivieron gentes que cerraron balcones, pusieron rejas, vigas de madera. Niños que jugaron al escondite tras las columnas, mujeres que barrían cantando una copla mientras las figuras esculpidas veían pasar el tiempo, un poco menos solas. Hoy, las esculturas de Mayoral habitan el patio. Una dama airosa y bella. Sancho y su alter ego, don Quijote, ambos bien acompañados de su rucio y rocín. Fray Luis de León que piensa, eternamente suspendida la pluma, qué escribirá a continuación. Y otros. 
El Coliseo tiene heridas. Seguro que al Patio de las Dueñas la chiquillería le hizo algún que otro rasguño, intencionado o no. El Palacio de la Salina, entre la leyenda de su creación y la realidad de las personas que lo habitaron, que guisaron en él, que jugaron a las cartas... acumuló grietas, dolores. 

Pizarra y carne se confunden, en este día de diciembre...

Fantasmagóricas figuras lo pueblan...
Me gusta pensar que no fue así, no del todo. Que los monumentos resultaron heridos, no de una batalla entre ellos y los poco cuidadosos hombres que se saltaron a la torera el cuidado del patrimonio y el respeto al legado y demás. Sino que terminaron con achaques, lo mismo que los que los habitaron. Porque sus dolores, sus arañazos, sus arrugas son los mismos.
Fotos de El Palacio de la Salina, Salamanca, de Mª. Antonia Moreno

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