Hay autores que te zarandean y el ánimo y el corazón y el alma se te quedan maltrechos, soldados asustados en la trinchera del mundo.
Otros hacen que el corazón se te vuelva más grande. Más libre. Más ligero. Y te descubres liviano, ágil, alegre y melancólico.
Unos y otros son necesarios, se me antoja. Unos para recordarte lo terrible de los humanos, que no aprendemos, que no queremos aprender, que tenemos mala leche, para qué negarlo.
Otros para que no te olvides de los colores, de la luz, de la sonrisa. De lo bueno. De la música. De la palabra. De una mano. De algo que compartiste una vez. Del canto del gallo y de la veleta. De cómo brilla el pendiente en el lóbulo de una muchacha. De lo tentador que es el membrillo de la rama más alta.
No tengo que explicar dónde sitúo a Manolo. Más palabras, ya sobran.
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Besos