Y así, burla burlando, va pasando el tiempo para Remedios. Dos inviernos más dos veranos (que se dice pronto) intercalados entre las flores de azahar de los naranjos. Las primaveras y los otoños le pesan menos, quizás porque rozan los cuerpos y las ánimas de un modo más suave, aunque la carga y el precio a pagar sean los mismos.
Y ahí la tenemos a nuestra Remedios. Funcionaria jubilada, con buenos dineros en el banco, cincuentona, dicharachera y lúcida. Lástima que la lucidez me entontezca los sentidos, se dice más de una vez. Porque hace tanto que no tienen una alegría, ni la visión siquiera, que me estoy marchitando los adentros. Ahí está, permanente de toda la vida, carmín en los labios y falda por las pantorrillas. Son los días previos a la Navidad y se ha ido a la capital, según viene siendo su costumbre desde que la caprichosa Fortuna se fijó en ella. Son los días previos a los festejos sensibleros y consumistas por excelencia y, en estos días de crisis, Madrid repite adornos y luce , aunque sea en bajo consumo. Ella se siente como últimamente, agradecida y resignada con su suerte, que no es mala, no, ni mucho menos, hay que ver qué necesidad están pasando otras gentes, reflexiona, mientras los churros se empapan en el chocolate de la cafetería; esta dulce monotonía te conviene, Remedios, este vivir sin sobresaltos, segura, yendo derecha por la vía que te marcaste cuando el bombo vertió tu número entre las manos de la niña de San Ildefonso (qué tiempos estos, todo cambia) y fue el tuyo y no el de otro, por ejemplo, el del director de la Biblioteca. No es justo quejarse y no se queja, no es justo añorar un sobresalto y una emoción y un mirar de cerca unos ojos, toda la vida más sola que la una, será por eso que abulto por dos, no es justo mirarse las manos vacías y pasear por El Retiro envidiando a las parejas que caminan, agarraditas del brazo. El día anterior fue domingo y se echó al parque como aquel que se echa al mar, sin brújula ni derrota. Allí, se limitó a ir a la deriva hasta que descubrió un objetivo. Camuflada bajo su apariencia inofensiva de mujer ingenua, siguió durante un buen rato a un hombre y a una mujer que se miraban tiernamente a los ojos. Era una pareja desigual, casi de chiste, él, alto e imponente lucía bigote de mariachi; ella, menuda y bajita, llevaba el pelo del color del fuego y tenía (eso sí se lo reconoció Remedios) unas piernas estupendas para su edad. Porque ya son talluditos estos que hacen manitas, se dijo Remedios, nostálgica a su pesar. Y parece que se quieren.
No, no es justo, porque ella tiene muchas cosas, muchas que no son materiales; bueno, no tantas, pero más que muchos y, sobre todo, la tranquilidad. La tranquilidad y la seguridad. Pero qué quieres Remedios. Cuánto se anhela lo que no se tiene. Tú, que en estos tiempos en que las cosas pintan feas no tienes que ocuparte del euríbor, ni de la madre del que lo inventó, ni de las jubilaciones postergadas, ni de si habrá dinero para pensiones, ni para prestaciones de desempleo, ni de si el maldito parné te alcanzará para el vencimiento mensual de la hipoteca. Tú, que tienes eso y ya es mucho, y una casa hermosa en Valencia y una hermana y un sobrino guapetón (rumboso, tal vez demasiado, tarambana, petimetre, irresponsable, carne de tu carne, Remedios, por dios) andas estos días previos a la Navidad como un alma en pena por las calles de Madrid. Sin acertar a valorar de verdad las luces ni las gentes, yéndose tus ojos tras las parejas, preguntándote por qué.
Comentarios
Abrazos, Mª Antonia
Un abrazo
Un beso
Un abrazo junto al hogar
Espero que esta historia te guste... un beso