La historia viene de aquí
El sol calentaba la lona de la tienda que se había convertido en una caldera del infierno, roja y blanca. Abrí la puerta para ver el mar y el cielo; Lola abrió los ojos y me sonrió. Juro que nunca nadie me ha vuelto a sonreír así.
Desayunamos fruta, galletas y agua, sentados en la arena. Era aún pronto y nadie había bajado a Beliche. Nos bañamos después, sin acordarnos del bañador. No hablamos esa mañana. No podíamos, ni queríamos; nos lo habíamos dicho todo ya. Todo lo importante. Pasaron las horas fugaces como cuando eres feliz. Comimos. Nos metimos en el agua. Visitamos la pequeña cueva y volvimos a recordar lo que allí había pasado. Llegó la tarde. Lola me miró y supe que era el momento de marchar. Recogimos todo y subimos la bendita escalera por última vez. Arriba, junto al coche, miramos la playa en la que ahora estaba la pareja del día anterior y una familia con cuatro niños pequeños, haciendo castillos de arena. Entonces, Lola, me dijo, nos vamos y mi castillo se desplomó.
Vamos al Cabo de San Vicente, ¿te importa? Estaba hablándome como el día anterior, cuando no nos conocíamos y no me gustaba. He estado en pueblos, playas,… pero me queda el cabo antes de volver a casa. Es la barbilla de
Fuimos a la barbilla de
El viaje transcurrió entre música y paradas para besarnos y hablar, ahora, de cosas intrascendentes, como si quisiéramos llevarnos todo el uno del otro. Me gusta el color azul. A mí el blanco. Me encanta el arroz. A mí no. Me gusta esta canción. A mí también. Me gustas tú. Y a mí tú.
Casi eran las 8 cuando me dejó a las puertas de la base militar. La besé dentro del coche, no salgas, no hace falta. ¿No me das tu teléfono, tu dirección? Yo me llamo… y le recité mi nombre y mis apellidos y la dirección de la base. No, Ernesto. Te escribo yo y te llamo yo, ¿de acuerdo? Ten, por si quieres poner una foto mía en tu taquilla… Nos besamos por última vez. La vi partir, con el alma hecha añicos, y con otra certeza. (Tenía razón Eutimio, no hacía más que pensar). Supe entonces que no la vería nunca más.
El Cabo de San Vicente y el faro. Fotos de Mª. Antonia Moreno.
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