¿Me llevas?, 14


La historia viene de aquí


¡Cuántas veces subí y bajé aquellos benditos escalones! Cada una de ellas con más alegría que la anterior. Menos la última. La última suele ser la más triste siempre. Entonces no me dolían ni la espalda ni las piernas, tenía la fuerza de la juventud en los adentros y la creencia de que casi todo era posible. Qué hora será ya. Es noche cerrada y hace un calor de mil demonios. En la calle, las voces de los que vuelven a casa se confunden con el sonido de los televisores que se cuela por las ventanas abiertas. En este edificio viejo, nadie tenemos aire acondicionado; está atestado de ancianos que pagan renta antigua y los más jóvenes somos el cantante sin disco y un servidor. Voy a prepararme algo de comer, y a cambiarme de ropa; con este traje en este salón, parezco un vendedor de seguros americano en un motel de carretera.

Resultó que el pequeño maletero del Fiesta estaba atestado de comida y otras cosas. Una pequeña tienda canadiense, latas de conservas, agua embotellada, una linterna, galletas, una sandía, botellines de cerveza, diminutos pantalones cortos y no menos diminutas camisetas; y un montón de novelas de Ross Macdonald, Dashiel Hammet y Raymond Chandler. No irás a matarme, ¿verdad? No, aún no, Ernesto. Me gustar matar muy de mañana.

Cuando bajamos todo a la playa ya era de noche. Yo sostuve la linterna mientras ella montaba la tienda, casi al borde de las escaleras, aquí el mar no nos alcanzará. Y, dudando, a menos que haya tormenta. Me intrigaba Lola. Llevábamos unas cuantas horas juntos y no me había preguntado nada. Yo no me había atrevido a hacerlo, tampoco. Bien, lo cierto es que no me había acordado. Estaba demasiado ocupado en otras cosas, como en enamorarme, por ejemplo. ¿Qué haces para ganarte la vida? Le pregunté, casi a bocajarro cuando terminó de clavar el dormitorio y estábamos extendiendo el doble techo encima. ¿Acaso has decidido matarme tú y estás tratando de adivinar si es buen negocio?

No, sólo que… dejémoslo, ¿quieres? Yo tampoco sé quién eres tú más allá de esto que estamos compartiendo. Que ya es mucho, ¿no te parece? No es justo, Lola. Nos habíamos quedado sujetando la lona, cada uno en un extremo, sin movernos. ¿Que no es justo? ¿A qué demonios te refieres? ¿Te he obligado yo a estar aquí conmigo, acaso?

Se encerró en un silencio hosco, y terminamos de montar la tienda. Luego, metió la ropa y la comida en ella, y se fue caminando, playa adelante. Yo estaba, de nuevo preocupado y tenía miedo. Sólo que cada vez tenía más miedo que la anterior.

La seguí. Podía verla caminar despacio, iluminada por una luna que había brotado de improviso. Se detuvo y se quedó mirando la superficie del mar, que parecía ahora estar retirándose en uno de esos movimientos extraños de la marea que nunca he sabido comprender. Luego, un sonido raro que no era viento, ni agua, se dejó oír. Estaba llorando.

Imagen tomada de quintogradomav.wordpress.com

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