¿Me llevas?, 13


La historia viene de aquí
No sé si estuve bien, estupendo o aprobado justo. Hace años que dejé de preguntar y de preguntarme esa tontería. Entonces tenía veinte años, un ardor que ya se me ha ido y, claro está, muy poca experiencia. Lola se ocupó de atemperar mis prisas y mis impaciencias, de besarme, acariciarme y guiarme. Creo que estaba tan asombrado y el vahído entonces era tan fuerte; que simplemente navegué hacia ella guiado por los faros de sus ojos, sorteando sus caderas y enredándome entre sus piernas para que el mar no se me llevara. Su cuerpo mostraba triángulos y circunferencias blancos y finos allí donde no llegaba el sol; y oteé a otro pequeño marinero moreno en su pecho izquierdo, temblando al compás de su respiración.
Vaya, susurré, pensé que el otro estaba solo y no, ahí tiene al compañero, bordeando tempestades. ¿Qué dices? No te entiendo, jadeó, entre suspiros, yo tampoco, así que no tiene importancia, casi gruñí.
Después nos quedamos dormidos. Pasaron dos o tres horas, no recuerdo bien y por aquel entonces tampoco supe medir bien el tiempo, cuando desperté. La tarde caía sobre la playa tiñéndola de color rosa. Lola seguía dormida y el agua entraba, cada vez más rápido, en la cueva. Lola, Lola, es hora de irnos, preciosa.
Preciosa… hace mucho tiempo que nadie me decía eso, murmuró, aún adormilada. Una ola con más fuerza y menos vergüenza que las anteriores golpeó las rocas de la entrada y nos empapó, vaya, se levantó de un salto, parece que sí, que tenemos que irnos, y me miró con un resquicio de desaliento.
Salimos de la cueva como los beduinos del desierto, Lola llevaba nuestras ropas sobre la cabeza y yo sujetaba la nevera y una bolsa con el resto de nuestras cosas. En la playa seguía la pareja perdida, como nosotros, pensé y se me llenó el corazón de un orgullo que era más bien una alegría insensata. Pero ya estaban marchándose, como nosotros, volví a pensar, y la tristeza de lo que se acaba se me vino encima. Lola me abrazó por detrás y, subida en las puntas de los pies, me dijo, ¿por qué no nos quedamos?

El techo de una cueva en Beliche.
Un extremo de la playa, vista desde arriba.
Fotos de Mª. Antonia Moreno.

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