¿Me llevas?, 8

La historia viene de aquí
Ya es de noche en Madrid, noche de un mes de julio caluroso y lento. El salón parece un horno del color de las mandarinas, y aquí estoy, casi tan alelado como entonces, con los ojos cerrados y reclinado en el sofá marrón que no me atrevo a desechar por si acaso ella volviese y lo reclamase. Casi igual de alelado.
Es viernes y en la tele ponen lo habitual; programas de cotilleo y de vida en directo; y la plebe pedimos más sangre a través de los SMS. Quizás porque así nos olvidamos de las vísceras de nuestra propia existencia. Vaya por dios. No llego a los cincuenta y ya me voy pareciendo a Eutimio.
Estoy solo y no creo en la inminencia de un cambio de estado. Los motivos tendrían que apuntarlos las mujeres a las que he conocido y he intentado amar. Me esforcé tanto en quererlas que me olvidé de comprenderlas y de comprenderme. Desde la primera novia que tuve, aquella chiquilla morena y delgada a la que no le gustaban las flores (regálame flores y te dejo, me decía entre risas. Y resulta que me dejó y no le había regalado ni una miserable margarita) hasta la alumna aplicada de Bellas Artes. Cómo me dolía el pecho en el cuartel, cuando pensaba en ella y el recuerdo de sus ojos, castaños como un otoño dulce, se me venía encima, a traición. Fue mi amor primero, el amor de un muchacho que apenas era un hombre y creía que todo se podría conseguir con ganas y cariño, con la fuerza de los sentimientos. Será cosa de la edad que últimamente vuelvo a salir con jóvenes veinteañeras cuando durante años me atrajeron las mujeres mayores. No soy consciente de haberlo decidido con alevosía ni premeditación, pero últimamente me quedo prendado de las chicas que se parecen a la primera, como esa mujer joven que dejé en la terraza.
Entró en la tienda para hacerse unas fotos; son para renovar el DNI, y la fotografié, quizás, demasiadas veces. Me hechizaron sus ojos dulces, su pelo negro y la juventud que exudaba por cada poro de su piel. Lamenté que ahora las fotos fuesen instantáneas pero me arreglé para que me dijese su nombre, Luisa, me confesó, riéndose, y entonces pensé que era un nombre improcedente para alguien tan joven y tan hermoso. Fue muy fácil enhebrar una conversación en la que me reveló que su trayecto habitual para ir a la academia de idiomas pasaba por delante de mi tienda y, luego todo vino rodado, saludos, sonrisas, te vienes a tomar algo, vamos a la Filmoteca que ponen un ciclo de cine en versión original. Fuimos, y vimos una película en italiano mientras ella comía palomitas y me explicaba, entre risas suaves lo que significaban algunas frases y yo me sentí agradecido por su sonrisa fresca. Pero ya no más. No.

¿Y si he estado buscando a aquella hermosa chiquilla que me abandonó hace más de veinte años? Todas las mujeres que he conocido han sido importantes, pero sólo he estado enamorado de dos.



Flores en un parque de Madrid. Foto de Mª. Antonia Moreno

Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
Quizás a todos nos pasa un poco lo mismo: nos enamoramos de dos o tres tipos de persona y, como si fueran muñecos recortables, les vamos poniendo distintas caras.
Un abrazo
María Antonia Moreno ha dicho que…
Quizás, Xibeliuss. Quizás. Una vez escuché a un médico decir que estábamos preparados para enamorarnos cinco veces. No está mal, pero no sé si de cinco tipos diferentes o de variaciones del mismo tema... ;-)
Un abrazo