Avatar

Foto de Tommy Lee Walker

No quedan aventuras, ya no. Quizás las últimas sean las que  tengan que ver con la desconexión total. Iremos al pueblo y montaremos en bici, escucho a unos niños que hablan sobre las vacaciones de Semana Santa. Me llevaré las acuarelas y pintaré todo el día. Voy a escribir un diario de lecturas. Haremos fuego y caminaremos por el monte. No hay tele, así que contaremos cuentos por las noches
No quedan aventuras originales en el mundo de la realidad virtual que resucita a los fallecidos para que puedas hablar con ellos. Parece que vivimos una vida que ofrezca todas las soluciones. No hay etapas del duelo, no hay voluntad de seguir adelante, la amistad o el amor se cosifican: no te preocupes si los pierdes, si fallecen, si te abandonan. Crearemos un avatar que chatee contigo por las noches. Que te gaste las mismas bromas, que te cuente las mismas cosas que te contaba el invierno pasado o la primavera anterior. Un avatar que vaya aprendiendo a afinar su conversación y, así, le contarás todo lo que no le dices a nadie, ni siquiera a tus amigos vivos o a tu amor reciente. No, pareciera que no hay misterio, ni superación, ni dolor, ni lágrimas, ni sorpresa ante el hallazgo valioso de una amistad, de un querer. Porque si se pierde, no importa. Te conformarás con el avatar de lo que fue, un robot que encadenará frases y chistes tontos, que aprenderá (como lo hacen las máquinas, qué inteligentes) gracias a tus tiempos de respuesta, si te gusta o no lo que dice. La sinceridad de los que te quieren es un engorro.
Cuando vayamos al pueblo, como no hay internet ni tele, jugaremos mucho, pintaremos con ceras, haremos carreras. Qué reconfortante escucharlos.   

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