Amélie Nothomb

Foto de Andre Benz 
 Ya pasé la fase del agobio de las lecturas pendientes. Me angustia más el hecho de no saber qué leer a continuación, que poseer una larga lista de libros y autores por descubrir. Uno vive lo que puede, hace lo que puede, lee lo que puede, le dejan o quiere. Y, sin embargo.
Claro que conocía a Amélie Nothomb. Claro. Sin embargo, no sé por qué (¿prejuicio? ¿no era el momento? ¿no pude? ¿no quise?) o sí que lo sé (me parecía extraña, exótica, rara). Lo que cuenta es que no tenía ganas de leer nada de ella. Me hice un retrato falso de su prosa (triste, depresiva) y así, continué la vida, una vida lamentablemente despojada de Amélie Nothomb. 

Pero luego, un buen día, sin ser consciente, empecé a leer (con reservas) Barba Azul. Y entonces los colores, las mujeres, la excentricidad y el humor. Deslumbrante. Luego, El crimen del conde Netville y, la íntima percepción de que la escritura de Amélie brilla, fugaz e intensa, como una noche bajo las estrellas en el monte Fuji (así imagino la noche en Fuji, tal vez de manera equivocada). 

Acabo de cursar un tratado completo sobre Japón por Nothomb (con un breve destierro en China: El sabotaje amoroso). Metafísica de los tubos, Estupor y temblores, Ni de Eva, ni de Adán, La nostalgia feliz

No, no se la pierdan. Si hay que agobiarse por no haber leído nada de un autor, agobiense (con mesura, eso sí) por no leer a Nothomb. 

Foto de Marianne Rosenstiehl 
Fui japonesa.
A los dos años y medio, en la provincia de Kansai, ser japonesa consistía en vivir en el corazón de la belleza y de la veneración. Ser japonesa consistía en empacharse de las flores exageradamente olorosas del jardín humedecido por la lluvia, sentarse junto al estanque de piedra y contemplar, a lo lejos, las montañas inmensas como el interior de mi propio pecho, hacer que perdurase en el corazón de una el canto místico del vendedor de patatas dulces que, al caer la noche, recorría el barrio. (Metafísica de los tubos, Amélie Nothomb)

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