Secretos y lecturas

Releo el artículo de Rosa Montero El secreto de Anne Marie y me acuerdo de algunas de mis últimas lecturas. Dice Rosa: 
Como los icebergs, los humanos solo enseñamos la puntita del hielo. Ser conscientes de la enorme masa que queda debajo nos hace poderosos. 

En El castillo de cristal, (Suma de Letras) Jeannette Walls revela, al fin, su secreto. Peculiar, sí, pero no bello. Al menos, no lo son las circunstancias que narra, aunque lo haga con el humor y el punto de vista de una niña que cocina con 3 años mientras su madre pinta, aporrea el piano o, simplemente, vaguea y su padre se emborracha, ebrio de sueños imposibles. Walls ha llegado a ser escritora y periodista, ha estudiado en la universidad, va a fiestas, a eventos, a actos. Precisamente, así empieza la novela, acudiendo a uno de ellos en taxi mientras descubre a su madre revolviendo en un contenedor. Los padres de Jeannette marcaron su infancia, la de ella y la de sus hermanos, siempre huyendo de acreedores, en automóviles ajenos que se caen a pedazos, habitando casas cochambrosas rodeadas de basura e infestadas de roedores, sin comida, ni ropa, tratando de sobrevivir apoyándose en sus hermanos hasta que llega la escapada final a Nueva York. Es estremecedor cuando, en una de las clases de la Universidad, ella se atreve a argumentar que, quizás, algunos sin techo, podrían poner algo de su parte para conseguir vivir un poco mejor y la profesora se enfrenta a ella, tú qué sabes cómo es su vida, lo que tienen que soportar. Tú qué sabes. La joven Jeannette calla y asiente, sí, yo qué sabré

Vuelvo a releer el artículo de Rosa, 
Puede que no sepas quererte lo suficiente a ti mismo (eso ya es más difícil de lograr), pero por lo menos puedes jugar a tener un bello secreto. Es divertido y funciona. 

Es curioso cómo las personas que no tienen secretos, pueden jugar a ese juego con más solvencia que aquellas que atesoran un doloroso pasado. Estas últimas sólo aspiran a parecer normales (todo lo normal que puede ser el ser humano, que es frágil y desquiciado por definición), a perderse en la multitud, a pasar desapercibidas en la marea humana, a parecer iguales a otras, sin tragedias, ni dramas.

Además de El castillo de cristal (curioso título que encierra una hermosa y dura metáfora), me ha gustado mucho Una mujer de recursos (Libros del Asteroide), de Elizabeth Forsythe Hailey, una novela biográfica deliciosa. La autora recrea la vida de su abuela a través del género epistolar, con cartas que la propia Bess pudo enviar desde su infancia hasta su vejez. La protagonista es una mujer luchadora, que afronta la vida batallando y encajando un golpe tras otro. A través de sus cartas, dirigidas a novios, maridos, amistades, conocidos y familia, la escritora nos dibuja el carácter de Bess, una mujer tenaz que, quizás se equivoca algunas veces, pero que es fiel a sí misma y a sus aprecios. Un viaje a través del siglo XX en EEUU y Europa. Viajes, costumbres, modas, mentalidad. Para no perdérsela. 
Mary Baldwin College, Staunton (Virginia), a 1 de mayo de 1909
Querido Rob: Ya he visto suficiente mundo o, al menos, del mundo sin ti. El internado está bien, pero es solo el principio de todo lo que quiero conocer. Puedo seguir sola perfectamente. El mes que viene vuelvo a casa para quedarme. El día de tu graduación estaré en primera fila. Por favor, no aceptes ninguna oferta de trabajo hasta que llegue yo. Siempre tuya, Bess.
Staunton, a 5 de mayo de 1909
Queridísima mamá: Dentro de un mes vuelvo a casa y Rob y yo nos casaremos este verano. No le cuentes nada, por favor, quiero ser la primera en decírselo. Me gustaría celebrar la boda en el salón principal de casa. Es magnífico, mucho más que cualquiera de las iglesias de Honey Grove, y en él he sido más feliz. Supongo que pasarán muchos años hasta que Rob y yo podamos tener una casa tan bonita, pero quiero que se dé cuenta de lo que espero de él. Tu hija, que te quiere,  Bess.

Y siguiendo con los secretos y con las novelas biográficas, quiero terminar este post con una referencia a Un año en los bosques, de Sue Hubbell. Una referencia y una reclamación. ¿Cuántas veces leemos el texto de resumen de la contracubierta y, luego, al leer la obra caemos en la cuenta de que las cosas no son tal y cómo nos las presentan? Copio aquí parte del texto de Errata Naturae
Sue Hubbell, bióloga de formación, trabajaba como bibliotecaria en una importante universidad americana y llevaba una vida normal, seguramente demasiado normal. Un buen día, definitivamente harta de la omnipresente sociedad de consumo norteamericana, tanto ella como su marido deciden que quieren otra vida, más rica, más plena, más cercana a sus verdaderos ideales y a la naturaleza salvaje que tanto añoran. Entonces, y con las lecturas de Henry David Thoreau en la cabeza, deciden dejarlo todo y marcharse a vivir a una solitaria y destartalada granja en los bosques de las montañas Ozarks, en el Medio Oeste de Estados Unidos. Sin embargo, al poco de llegar, el marido de Sue decide abandonarla. 
No, su marido no decide abandonarla al poco de llegar, sino que tras muchas idas y venidas, ambos se convencen de que ya no quieren seguir juntos. Lo averiguas en las primeras páginas: 
En la fachada sur de mi cabaña hay tres ventanales que van desde el suelo hasta el techo. Me gusta sentarme en el sillón de cuero marrón durante el ocaso, en las tardes de invierno, y observar los pájaros posados en el comedero. Las ventanas fueron un regalo de mi marido antes de marcharse por última vez. Ya se había ido y había vuelto otras veces, y no estábamos convencidos de que aquélla sería la definitiva, aunque yo lo sospechaba.

Y la autora no pasa un año en los bosques, como podría esperarse, sino muchos, muchos años, con las abejas, los perros, sus vecinos... la naturaleza y el ritmo lento y precioso de las estaciones, el cambio de la luz, de la textura del aire, del arroyo... 

Llevo viviendo en las montañas Ozarks, al sur de Misuri, doce años ya, y he pasado la mayor parte de ese tiempo sola. He aprendido a llevar un negocio de apicultura y producción de miel que comenzamos juntos; uno de esos negocios precarios y marginales, que nunca acabará de liberarme de las preocupaciones pecuniarias pero que me permite vivir en estas colinas que adoro. Mi porción de las montañas Ozarks es impresionante. Mi granja se encuentra doscientos cincuenta pies sobre un río rápido y hermoso, al norte, y un pequeño arroyo, cuyo curso está salpicado de cataratas, al sur. El arroyo y el río se unen al este, así que podría decirse que vivo en una península. Los cincuenta acres a espaldas de mi caba ña están cubiertos por un bosque secundario regenerado, del que saco la leña. El verano pasado, mientras cortaba madera, me encontré con un espléndido nogal negro, alto y recto, del que no despuntaban ramas que disminuyesen su valor como árbol para madera. No espero venderlo, aunque bastaría un solo nogal así de recto e inmaculado para sacar un buen pellizco, de modo que talé varios árboles a su alrededor para hacerle hueco. Su nombre botánico es Junglans nigra, «nogal negro del dios Júpiter», un nombre apropiado para un árbol de tamaña dignidad, y yo quería dejarle espacio. Durante los últimos doce años he aprendido que los árboles necesitan espacio para crecer, que los coyotes cantan junto al arroyo en enero, que en el roble sólo se puede clavar un clavo cuando está verde, que las abejas saben más que yo sobre la fabricación de miel, que el amor puede convertirse en tristeza y que hay más preguntas que respuestas.
Norteamérica. Mujeres. Biografías. Secretos. Novelas. 

Otro párrafo de Montero:
A lo largo de mi vida he comprobado una y otra vez hasta qué punto nuestros propios miedos suelen convertir en realidad lo que más tememos.

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