¿Cuál es tu matiz? ¿Dónde lees tú? y Barba Azul, de Amélie Nothomb

Hace seis años, escribí esto sobre los colores... de la lectura y los lectores:

La luz curiosa y primeriza entra de puntillas e inquiere en el color de las cosas. Revolotea el blanco en la ventana y se extiende por la estancia; sobre el sillón que nos acoge y la mesa en la que apoyamos nuestros brazos. Es el matiz del primer párrafo. Un jarrón de cristal brilla desde su estante, la pantalla del televisor emite destellos azules, incandescentes, casi fríos. Si no fuese por la faldilla, hoja seca de álamo que abriga el corazón, o por las flores que se derraman en el tresillo en un murmullo escarlata y verde, el lugar nos parecería casi hostil, las tonalidades desvaídas, demasiado pálidas. Sin embargo, y por fortuna, la melena negra de la joven de la foto reluce como una promesa, y el comienzo de la historia se diluye en una gama de ocres, castaños, granates… internándose en un bosque de otoño. Nada es imperturbable, todo se inquieta. La tonalidad oscura del mueble bar se aligera con la sonrisa de graduación enmarcada en plata y el payaso de resina que cabriolea sobre los volúmenes. El índigo penetra en la habitación aprovechándose de un resquicio crema; lo manchan de gris los cirros preñados de lluvias y los pájaros que vuelan en azabache formación. La lámpara dorada está en pie, preparada para cualquier contingencia en la gama de luz. No importa. Todos los colores se disuelven, se mezclan, se acompañan. Mientras leemos se originan otros, que se confunden con aquéllos. Son tan nuevos que carecen de nombre. 

Fue en el proyecto ¿Dónde lees tú? enmarcado en Territorio Ebook, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Aquí tenéis el catálogo con textos de varios autores y fotografías de Eduardo Margareto y Fernando Galindo

Hace unas semanas, leí la versión de Barba Azul de la Nothomb. Fijaos qué colores, qué texturas, qué matices, qué ironía:

(...) Ayer por la mañana, mandé a Hilarión a buscar el terciopelo dorado más hermoso. Cinco horas más tarde, Mélaine depositaba mi obra sobre su cama. Podríamos bautizarla como falda champán. 
(...)
-Cada mujer exige una ropa distinta. Se requiere una atención suprema para sentirlo: hay que escuchar, mirar. Sobre todo no imponer los propios gustos. Para Émeline, fue un vestido color de día. Ese detalle del cuento Piel de asno la tenía obsesionada. Faltaba decidir de qué día se trataba: un día parisino, un día chino, ¿y de qué estación? Dispongo aquí del Catálogo universal de los colores, taxonomía establecida en 1867 por la metafísica Amélie Casus Belli: un compendio indispensable. Para Proserpine, fue una chistera de encaje de Calais. Me dejé las cejas confiriéndole a tan frágil material la rigidez adecuada, pero también la capacidad de escamoteo que exige este tipo de sombrero. Me atrevo a decir que lo conseguí. Séverine, una sévrienne algo severa, tenía la delicadeza del cristal de Sèvres: creé para ella una capa catalpa cuyo tejido tenía el sutil azul de la caída de las flores de ese árbol en primavera. Incarnadine era una chica de fuego: esa criatura nervaliana merecía una chaqueta llama, auténtica pirotecnia de organdí. Cuando se la ponía, me incendiaba. Térebenthine había escrito una tesis sobre el hevea. Pinché un neumático para recuperar la dúctil sustancia y poder realizar un cinturón-corpiño que le confería un porte admirable. Mélusie tenía los ojos y la silueta de una serpiente: completé su figura con un vestido tubo sin mangas, de cuello alto, que le llegaba a los tobillos. Estuve a punto de aprender a tocar la flauta para encantarla cuando se vestía así. Albumine, por motivos que no creo que deba explicar, fue la razón que me llevó a concebir una blusa cáscara de huevo de cuello merengue, en poliestireno expandido: una auténtica gorguera. Soy partidario del regreso de la gorguera española, no hay nada más apropiado. En cuanto a Digitaline, de venenosa belleza, inventé para ella el guante medidor. Unos largos guantes de tafetán púrpura que ascendían hasta más allá del codo y que gradué para ilustrar el adagio latino de Paracelso Dosis sola facit venenum: sólo la dosis hace el veneno. ¿De qué se ríe?

Felices colores, felices lecturas. 

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