¿Estás ahí? Entre el norte de España y el sur de Francia

Poco a poco estoy retomando el gusto por escribir. De cuatro o cinco cosas, de los libros que leo, de los lugares a los que viajo cuando despisto la rutina y todos piensan que estoy sentada, sin hacer nada. Cuando estoy leyendo. Y ahora, Como fuego en el hielo, de Luz Gabás

A su alrededor, los árboles más resistentes se negaban a crecer y la escasa vegetación luchaba por aferrarse a las piedras. Al frente, el macizo de los Montes Malditos, impactante y magnífico, se desplegaba ante ella como una sucesión de olas de piedra y espuma de nieve.

Hace unos días que estuve en el valle de Benasque y en Luchon, y en Panticosa, y en Arciles. También permanecí, poco tiempo, en Madrid. 

Clareaba cuando cruzaron la ciudad. (...) En la quietud del comienzo del día empezaban a escucharse cacareos, graznidos y cantos, algún gruñido de cerdo, algún ladrido, algún relincho, algún roznido. Despertaba ese Madrid de calles estrechas, irregulares, sucias por el día y enlodazadas cuando llovía que tanto recordaba a Attua a su pueblo natal y que se reproducía junto a las calles principales, de magníficas construcciones de mármoles, maderas nobles, hierro, cristal y estucos, llenas de elegantes cafés y comercios que Cristela adoraría: confiterías, sombrererías, sastrerías, librerías, tiendas de telas y cintas, de encajes y plumas... 

Pero sin duda, me perdí entre las montañas, con la visión del Aneto. Anhelé mirar mi reflejo en los lagos. 

Cruzaron el bosque, ascendieron por la pedregosa ladera y llegaron al estrecho paso que separaba los dos reinos. Attua se entretuvo unos instantes en contemplar la apabullante belleza de los Montes Malditos antes de continuar. Hacía un día magnífico. Las crestas cubiertas de nieve lanzaban destellos mágicos que cegaban la vista. Costaba creer  que, de un día para otro, esos gigantes amenazadores se convirtieran en remansos de paz antes de volver a afilar los dientes. Comenzaron el descenso por la parte francesa y enseguida divisaron los lagos de Boum, plácidos e inocentes bajo sus pies. 

Y tras el viaje, descansar. Aquí, quizás. 

Castillo de Valmirande, Montrejéau,
que inspiró a Gabás Le Châuteau de Beauval
Un camino de tierra perfectamente allanada nacía ante la conserjería y serpenteaba por un parque inmenso. En él, centenares de árboles de todas las especies crecían en una disposición armónica. Attua reconoció arces, robles, tilos, cedros azules, hayas púrpuras, plátanos, castaños y magnolios entre los laberintos de acebos, bojes y laureles. era el mayor despliegue de naturaleza domesticada que hubiera visto jamás.
(...)
Recortado contra el fondo de montañas, como si quisiera imitarlas y magnificarlas, como una catedral gótica de piedra blanca diseñada por seres divinos, se erguía, espléndido, un palacio. Le pareció la edificación más majestuosa que había visto en su vida. Diferentes tejados de pizarra en forma de conos y prismas triangulares señalaban el cambio de volúmenes. La parte superior de las fachadas no se interrumpía con los frisos tallados y las cornisas, sino que culminaba en pináculos que se alternaban con más de una docena de chimeneas. 

Da gusto escuchar a Luz Gabás, y, mientras, uno siente cosquillas en la punta de los dedos. Siente la emoción de crear historias. 

Ha sido un viaje romántico, aventurero, duro ... como las aristas de los Montes Malditos

           



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