¿Estás ahí? En Madrid.

Uno tiene que entenderse con su horno, sentencia Su de Webos Fritos, cada vez (o bastantes veces) que redacta una receta en su web (que precise de este casi mágico aparato). Es cierto. Uno ha de entenderse con su horno y saber, por ejemplo, que si hornea con aire hay que calcular que la temperatura sube veinte grados, pero que los alimentos se resecan más y que las magdalenas suelen ladear los copetes como si fuesen palmeras a la orilla del mar. De la misma manera (simplificando mucho, sí) uno ha de encajar las piezas de su vida. Es todo un arte, porque las piezas cambian, se vuelven más gruesas, más finas, de colores y texturas dispares. A veces se multiplican. Otras, desaparecen. O aparecen otras distintas que no sabes dónde van, si son cielo azul o el peor de los infiernos. 

Algo parecido (simplificando un poco, o mucho, quién sabe) sucede con la lectura de una obra de ficción. Cuando descubres una novela que te gusta, bien escrita, con personajes con los que te identificas o, al menos, entiendes sus razones, o si no es ni una cosa ni otra, comprendes que se porten así, o te horroriza su comportamiento pero estás absoluta, total, y sin condiciones cautivada por ellos, va y se termina.  Una faena. Te lanzas hacia otra historia. Y todo vuelve a repetirse si es que te gusta. Pero... ¿qué sucede cuando no es una, sino varias? Cuando un solo libro lleva varios relatos en su interior, escritos por diferentes autores, cada uno con su estilo narrativo, con sus personajes odiosos o encantadores, con sus lugares y sus ambientes. Como Madrid negro. Sí, estos días he estado en Madrid, en varios de sus barrios, hasta me he deshecho de algo comprometedor en un lago.    
Es cierto que si lees habitualmente, las entradas y salidas a y de las obras son menos dramáticas (a no ser que estando en ellas, hayas quedado verdaderamente impresionado, algo que afortunadamente, sucede), y te vas acostumbrando a la despedida de la ciudad, del barrio, del parque. ¿Cuántas veces lectores que leen ocasionalmente no se encuentran a gusto en una novela que acaban de empezar? La comparan una y otra vez con la anterior, y siempre sale perdiendo la nueva. La historia anterior les parecía más emocionante, los protagonistas más humanos, acaso sus razones, más asequibles. Luego, si la nueva historia va calando en ellos, comienzan a habitarla y a sentirse cómodos, casi en pijama. Y vuelta a empezar. Con Madrid negro ocurre algo parecido; sales de Carabanchel y entras en Argüelles, te paseas por el Barrio de las Letras y buscas con desespero la línea 10 en el subsuelo de la ciudad. Te sientes un tanto vapuleado pero, poco a poco, vas adaptándote al ritmo. Hay que entenderse con el horno, con las lecturas. Y sólo puedes hacerlo cocinando, leyendo y viviendo. Todo es un arte, que no se te queme el bizcocho, que estés dispuesto a abrazar con alegría a los nuevos protagonistas y sus azares, a encajar circunstancias y sentires con los que no contabas. A ello, pues.  

Foto de @juanma_jmse tomada de @madridseduce 


El barrio cambia de un día para otro y a menudo no reparo en que ha echado el cierre una bodega donde dispensaban vino a granel o una relojería de las que aún arreglaban las tripas y el aparato circulatorio de los relojes. (...) La calle, el barrio, son pompas de jabón que se funden y se meten unas dentro de las otras. Marta Sanz. Jaboncillos Dos de Mayo (Malasaña). 

Parecía que la mitad del barrio llevara quince días celebrando el último muerto, el tercero, del que aún se hablaba en el periódico de la mañana. Bien mirada, la alegría no era solo de su mujer, sino de todos los que se besaban y daban las buenas tardes aquel día tan radiante, aquel atardecer criminal. Juan Aparicio Belmonte. Crímenes cercanos (Chamberí).

Mientras conducías por los túneles de la M-30, saltándote de pura mala leche la limitación a setenta por hora (que luego la inspectora jefe o el señor comisario lo justifiquen, así tienen la una o el otro algo que hacer, aparte de conspirar para el ascenso), te han venido en tromba, pese al aturdimiento, el cabreo y el asombro, las imágenes de aquellos años, de aquel barrio; las estampas en blanco y negro de un mundo sin más pantallas electrónicas que las de las máquinas de marcianos de los recreativos, adonde una niña no iba, o al menos una niña como eras tú, una niña que no estaba por la labor de acabar siendo la novia de un macarra (...). Lorenzo Silva. Carabanchel Blues (Carabanchel). 


En el barrio de Salamanca la muerte acostumbra a ser un suceso tranquilo, del que se deja constancia, sin más. Las estadísticas señalan que el paro cardíaco es la causa que con más frecuencia lleva hasta allí a ancianas viudas de militares o notarios retirados, en un ritual que se repite con cierta regularidad: la interna descubre al entrar con el desayuno en el dormitorio al señor o la señora más quieto que de costumbre, y así comienza su última mañana de servicio en la casa. Patricia Esteban Erlés. La carne callada (Barrio de Salamanca). 

Foto de @josudelagandara tomada de @madridseduce

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