Canto Ondo

Lo cierto es que hacía frío, para ser finales de septiembre. Más que frío, fresco. Se había quedado helada, eso era, allí, en la librería bodega, con la puerta abierta de par en par y tan solo quince personas de público. Quince. Una tertulia y ella que entiende algo de portugués, sí, poca cosa, apenas una reminiscencia de aquel semestre en que eligió la lengua del país de los navegantes como asignatura optativa. Obrigada, sim, cosas así. Nada para armar un discurso coherente, mucho menos un diálogo, y menos aún para una tertulia. Que los demás entiendan el castellano y respondan en un portugués vertiginoso es algo que escapa a su propio entendimiento. Qué se le va a hacer. Parece que en el programa el acto se anunciaba en una carpa, de ahí la escasez de personal. Podría ser, pero qué aire se había levantado, una brisa procedente del mar, del lago salado que se hallaba a quince kilómetros. La Lagoa de Óbidos. Sí, se había quedado fría, no había otra. Y estaba cansada, y dolorida. Lo más inteligente era quedarse en el hotel, leer un poco, intentar dormir, descansar antes del viaje del día siguiente. 

El concierto se anunciaba a las once y media de la noche, hora portuguesa. Hizo tiempo, dio vueltas cautelosas por las rúas de Óbidos, tratando de no resbalar, ni de tropezarse con las protuberancias del empedrado. Sobre la hierba, una cuarentena de sillas de plástico miraban a un rústico escenario, engalanado con un naranjo. Qué hermoso debía ser cuando los frutos se madurasen y flotasen, naranjas y rotundos, pendiendo de las ramas. Sobre las cabezas de las veinte personas que se reunieron allí, aquella noche septembrina, la tela de la carpa, de la cueva de la fantasía. Se sentó junto al pasillo central, por si el aburrimiento, o el sueño, o el frío que no terminaba de despegarse de su piel, le ganaban la partida. Y comenzó. Canto Ondo

Tania Cardoso es actriz, cantante, artista. Para la primera canción, depositó el aroma del almizcle en nuestras manos, con la levedad de una mariposa blanca. Y luego, acompañada del guitarrista, arreglista y compositor del grupo, Rodrigo Crespo, interpretó A Nuvem



Luego, de uno en uno, como un perfume valioso o un licor conseguido de contrabando, salió a escena el resto del grupo: la violonchelista Raquel Merrelho y el percusionista Baltazar Molina. Cencerros, tambores, palos de agua. Y la voz prodigiosa de Tania, hermosa como ella, llevándonos de la congoja a la alegría, de la sensualidad a la inocencia, de las ganas de futuro a la saudade del pasado. 


A veces, el ir o quedarse dependen del azar, de la soledad, del aire marítimo que, como una saeta, te alcanza quince kilómetros tierra adentro. De la suerte de estar en un pueblo en el que se reunieron, clandestinamente, los generales para idear la Revolución de los Claveles, en una villa llamada de las reinas porque fue la dote de muchas de ellas, en el lugar natal de la pintora valiente Josefa de Óbidos, en el enclave donde un puñado de libreros y gente similar intenta promover la lectura, la cultura, el turismo. Da un poco de vértigo pensar que quedarse o irse, solazarse o perderse la belleza es una decisión azarosa. 

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Bellísimo y emocionante. Un abrazo muy fuerte.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querida amiga, así fue el estar allí y vivirlo... Otro abrazo grande para ti.
Flory ha dicho que…
Leído al fin. Uno de esos momentos que la vida te regala. Un beso de lectura con regusto
María Antonia Moreno ha dicho que…
Flory, querida. Un viaje menos no puede restar ni uno solo de los momentos que hemos vivido juntas.
Un beso.