¡Encontré el libro cuya protagonista está de vacaciones (y que no había leído antes)! Mabel Dagmar es una jovencita con unos kilos de más, una familia que adivinamos disfuncional y unos anhelos de ser guapa, rubia, esbelta y adinerada. De pertenecer a la tribu de Ev, su compañera de habitación en un centro educativo exclusivo y carísimo. ¿Y qué hace Mabel allí? Ella, que ha recalado en el internado merced a una beca, es una muchacha con carácter que oculta un secreto. Un grave secreto. Sé dulce, le dice su madre, esa a la que Mabel quiere perder de vista por todos los medios. Sé dulce. Dulce parece ser el verano que aguarda a Mabel en el paraíso privado de los Winsloch, Winloch. Un territorio paradisíaco con casitas familiares, un refectorio para reunirse a comer, cenar, desayunar, calas escondidas, playas para los niños, vegetación exuberante, bellas muchachas y bellos muchachos, perros que vagabundean por acá y por allá... y candados que protegen a los moradores de las casitas (o casoplones) de quién sabe qué peligros. Todos los paraísos tienen a su serpiente y, Mabel, en el despertar a la sexualidad, al amor, va a toparse con una ... o varias.
La gracia de Un verano en el paraíso está en lo que todos ocultan, también, Mabel y su familia. Intriga, amoríos, muchachitas insoportables, papeles que hablan desde un desván polvoriento, aventuras adolescentes y preadolescentes, peligros imaginarios y reales, mentiras, violencia, asesinatos... Ahí lo tienen. Como si se tratase de los Channing o de Flamingo Road.
Aquí tienen, para empezar a abrir boca, un fragmento.
¿Mi opinión? Adictivo, pero quizás recuerda demasiado a ciertas películas y series de sagas poderosas en las que se callan los secretos vergonzosos por aquello de no perder el nivel que se goza... Para un lector que esté de vacaciones.
Cumplido el requisito número 17 del Reto de lecturas de Librópatas 2016.
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