Desviarse del reto: la vida y las lecturas

Una que es como es, siempre encuentra excusas para desviarse del camino trazado. Que si parece que allí la hierba verdea más, que si parece que el horizonte se ve más claro, que si, que si. En esto, que finaliza abril y yo no he avanzado apenas nada en mi reto de lectura. Vaya.

¿He dejado de leer? No, la verdad es que no. Dos novelas (Pista negra y La costilla de Adán) de Antonio Manzini me han traído a Rocco Schiavone, subjefe de policía desterrado a los Alpes italianos. Rocco es, como no podía ser menos, un poli singular, maniático, difícil, y poco ortodoxo. Gruñón, su tragedia personal nos reconcilia con el personaje, a ratos, nos invade la ternura. Me gusta Rocco porque Manzini, conocedor de los códigos, hace que este poli que se salta a la torera las normas y que se saca un sobresueldo con prácticas poco éticas, tenga sus propias reglas acerca del bien y del mal. Pase lo que pase, estafe a quien estafe, Rocco nunca se ensañará con el débil. Y eso, unido a un sentido de la justicia rayano en la locura, hace que Rocco nos caiga simpático. 

También he estado leyendo Historia de un canalla, de Julia Navarro. No sé. Creo que el tipo es un psicópata de manual, pero de los tontos... ¿será eso lo que le hace un canalla? El canalla en cuestión, Thomas, tiene dentro de sí una ira reprimida que le hace ser como es, además de una autoestima elevada, cero empatía, cero escrúpulos y un inmenso amor hacia si mismo. El planteamiento resulta atractivo, pero a lo largo de las páginas Thomas nos va narrando lo que hizo ante determinadas situaciones y lo que debió haber hecho, dejando claro que no se arrepiente de haber actuado como un canalla. A mi modo de ver, estas anotaciones entorpecen el ritmo de lectura y después del segundo ejemplo, apenas aportan al lector nada, porque a esas alturas ha quedado claro y prístino que el tal Thomas es un malvado de manual. A pesar de ello, se lee con las ganas de saber si el canalla tendrá suerte hasta el final, o no. 


Me embarqué después con la novela Premio Primavera de Novela 2016, de Carlos Montero, El desorden que dejas. Una novela en la que todos guardan secretos, ambientada en un pueblo gallego, Novariz y en el entorno de un instituto de Educación Secundaria. La protagonista, una profesora sustituta, se verá envuelta en una intriga psicológica en la que los acosos, las drogas, el sexo, las infidelidades, las mentiras, las trampas, la perversión y la corrupción  forman un potente cóctel en el que todos son (o lo parecen) culpables. Me ha gustado. Pero ya saben, denme intriga, denme... 

Había leído alguna que otra reseña acerca de Pan de limón con semillas de amapola, de Cristina Campos, y lo cierto es que algunas cuestiones que en ella se abordan (la maternidad, la adopción, la labor de las ONGs, la renuncia, el amor, la valentía) me han parecido interesantes y muy bien hilvanadas. Una panadería en Mallorca, un reencuentro, una herencia inesperada, recetas (en las que no se especifican tipos de harinas, ni cantidades exactas... mal, muy mal. Una se queda con ganas de que Su de Webosfritos se ponga manos a la obra); y secretos familiares. Se lee sin sentir. 

Ha habido algunas que otras más, pero no son reseñables, a excepción de la grande y original Una suerte pequeña, de la magnífica Claudia Piñeiro. Tanto en la estructura de la novela, como el tema que aborda (qué fácil es que un error, un accidente, dé un vuelco a nuestra vida), llegan al lector, lo conmueven. Eres la madre que se aleja de Buenos Aires y eres el hijo que no entiende nada, y eres esa mujer que recibe la amistad de los extraños, como la Blanche Duboise de Un tranvía llamado deseo, y como la propia Piñeiro desarrolla y cita en la novela. Lean a Piñeiro, si no lo han hecho ya.

Después de esto, prometo volver al reto de lectura. 






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