Un clásico del siglo XX

Confieso que antes de apuntarme al Reto de lectura Librópatas 2016 intentaba leer una obra considerada clásica, al menos una, al año. Por eso, me gusta mucho el punto 22 del reto, que reza así: Un clásico del siglo XX. Y mi clásico elegido ha sido La señora Dalloway, de Virginia Woolf. 

Virginia Woolf 
La obra narra un día en la vida de Clarissa Dalloway, una dama inglesa de mediana edad, con una hija adolescente, un matrimonio aburrido y una vida que parece convencional, marcada por los ritos, usos y costumbres victorianos. Clarissa da una fiesta por la tarde, y es por la mañana. La acompañamos en esas horas y en los pensamientos que la asaltan, a la par que descubrimos las pequeñas y grandes historias de su hija adolescente; la profesora poco agraciada y fanática religiosa; el matrimonio del psiquiatra y su enorme mujer; la aventurera vida de su antiguo pretendiente Peter Walsh (embarcado en una relación con una mujer joven, casada y con dos criaturas, que no parece hacerle especialmente feliz); su amiga Sally original y provocadora y ahora matrona... y un largo etcétera. El contrapunto de Clarissa Dalloway es el ex combatiente Septimus Warren Smith, aquejado de estrés postraumático, que termina suicidándose. Clarissa y Septimus no se encuentran, pero se rozan en muchos puntos de la novela, tal vez el roce más dramático sea cuando el psiquiatra tiene la osadía (sic Clarissa)de llevar la muerte y la locura a la fiesta a la que ha sido invitado. La locura, los tratamientos, la depresión y los horrores de la guerra es otro de los ejes de La señora Dalloway.

Solo un día, unas horas de junio, para contener todo un mundo de circunstancias, ilusiones, temores y anhelos. El azar, el ruido, el caos. El torbellino de pensamientos de los personajes, sus recuerdos, sus apreciaciones sobre el paisaje urbano de Londres, las personas, son los que nos llevan de acá para allá, en un azar de idas y venidas sin sentido aparente, que constituyen la vida:

En los ojos de la gente, en el ir y venir y el ajetreo; en el griterío y el zumbido; los carruajes, los automóviles, los autobuses, los camiones, los hombres-anuncio que arrastran los pies y se balancean; las bandas de viento; los organillos; en el triunfo, en el campanilleo y en el alto y extraño canto de un avión en lo alto, estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, este instante de junio.

Una delicia. 

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