Exquisito equilibrio, dulce elegancia

Escribo aún bajo los efectos de Cucú Haikú, una obra de teatro infantil para niños de entre 1 a 6 años creada por Blanca del Barrio y puesta en escena por Escena Miriñaque y a la que he tenido el privilegio de asistir ayer, en el teatro del Centro de Desarrollo Sociocultural. La historia que nos cuenta es la de un gusano (Cucú) que (como buen gusano) pasa durmiendo la mayor parte de las estaciones, hasta que la primavera llega y todo lo cambia, y en el verano, ya no es un gusano, sino una mariposa.  Se narra a la manera del haikú, y se narra con expresiones intemporales (esto pasa de castaño a oscuro, cómo se entere tu padre, culo veo, culo quiero); y se cuenta con rimas aparentemente fáciles y extremadamente hermosas (naranjas, mandarinas y clementinas; en otoño los días se duermen, las noches se alargan; en invierno, los colores desaparecen).  Al inicio de Cucú Haikú, abre la obra el cuento de las siete mariposas que nos regalaron los colores del arco iris, pero a ningún adulto se le escapa que lo que allí se cuenta es la muerte de la mariposa amarilla y la amistad de las demás mariposas, que no la abandonan, que se quedan con ella, acompañándola. Sí, es el ciclo de la vida: la larva, el gusano, comer, dormir, despertar, abrir las alas, volar, y desaparecer, dejando tras de sí (quién pudiera) belleza, amor, amistad. 

Las actrices bailan, vestidas con amplios vestidos ahuecados con miriñaques, y, sobre una especie de tatami que obra como el baúl de los tesoros (de él surgen hojas, casitas de cuento, flores multicolores, uvas de la suerte, botas de nieve y un largo etcétera) un gran abanico blanco que, a lo largo de cuarenta minutos, se enciende, se apaga, se llena de colores, de dibujos y de imágenes en movimiento: dos niños chapoteando en charcos de lluvia, dos niños regalándose flores en el campo, dos niños correteando, sonriendo, abrazando la vida, viviendo con la confianza del amor y la alegría. Y, entremezcladas en las voces de las actrices (maravillosas), acompañándolas, las de un par de niños (¿serían los mismos que los de las imágenes?) que le preguntan a Cucú, dormido en el árbol, que si ya está listo. Que si ya va a despertar a los colores, y al viento, y a la zanahoria naranja y a la verde rana. A la vida.

Con los niños, estaban sus madres, sus padres, y algunos adultos estaban solos, como yo misma. Mientras bailoteaba con la música de aire oriental, calibraba cuándo sería el instante en que la ternura dejaría paso a la frescura, y sí, ahí estaba, colándose Michael Jackson o unos ritmos de hiphop. ¡Qué difícil es medir la ternura y no caer en la ñoñería! Qué difícil y qué hermoso. Algunos adultos estaban solos, como yo. No sé qué pensarían. Yo, en algunos momentos, reflexioné que Cucú Haikú es todo esto que he intentado explicar torpemente (¿cómo ponerle palabras a los sentimientos, a la poesía?) pero además, la obra nos recuerda a los mayores lo esencial de la vida. Esos niños respirando al aire libre, chapoteando, riendo, correteando. El paso de las estaciones, la nieve en la montaña, el sol brillante, el arco iris tras la lluvia. Los cuentos contados al calor de la lumbre, leer en la cama, hacer cosquillas. 

Qué maravilla, qué privilegio.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Y qué maravilla leerte a ti. Tan inteligente y emotiva.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Estimad@ anónim@: Gracias por leer ( y aquí vendría un emoticono con sonrojo). Un abrazo :-)