Noches sin dormir. Último invierno en Nueva York. Elvira Lindo

Hace varios días que terminé el último libro de Elvira Lindo. Me llama la atención cómo ella se plantea no volver a publicar ningún libro y que, a fin de cuentas, termine haciéndolo. Deben ser las noches sin dormir, que agigantan malestares y vuelven irremediable el fastidio. 

Lindo es pareja sentimental de Muñoz Molina y esa circunstancia, en la obra de ella y en la obra de él, está indisolublemente unida. La autora siguió a su marido a Nueva York, primero como consorte del director del Instituto Cervantes neoyorquino, luego, como consorte de profesor universitario. He escuchado por ahí que en esta obra Elvira desmitifica la ciudad, y claro, eso pasa cuando uno vive en un lugar durante el tiempo suficiente. En los libros, en las películas, no se aprecian tanto los inconvenientes de Nueva York: el frío y la nieve, el aislamiento, el carácter tan distinto al español. Nosotros, que somos capaces de contarle nuestra vida al pasajero que se sienta a nuestro lado, desprevenido. Empezamos por vaya clima que tenemos, no es ni medio normal (remediando a Secundina, de Gym Tony) y terminamos confiándole que nos dirigimos a realizar este o aquel recado, o que volvemos del médico por un dolor aquí o allá, o que a ver si arreglamos de una maldita vez el asunto con el banco. Que nos quita el sueño.
Tomada de aquí
A Elvira Lindo, la falta de sueño le ha traído Noches sin dormir, una galería de personajes y protagonistas reales que viven o pasan por Nueva York y que ella y su marido, el escritor jienense Antonio Muñoz Molina, llevan a cenar, o a un club, o los acogen en casa, como en el caso del científico español, Lorenzo, al que procuran alimentar. Está también Rubiela, profesional de la limpieza con las ideas muy claras, un sereno maltrecho, un peluquero con vocación de estrella, escritores, amigos, sus hijos, un vagabundo, alguien con quien se cruzan en el metro. Todo, trufado de fotografías que la escritora ha ido sacando en los últimos dos años, como una cazadora que recorre las calles de una ciudad que no es la suya, no, pero de la que está decidida a apropiarse, primero un poco ingenuamente. 
Cuando sigues a una persona allá donde ella tiene su trabajo, tú, ¿qué haces? ¿En qué te ocupas? En el caso de Elvira Lindo, en lo de siempre, en escribir y en capturar detalles, imágenes con el móvil y conversaciones. Es una ladrona de situaciones. El texto, que en realidad es un diario y el primero que ella escribe, no trata solo de Nueva York y de su vida allá. No. También trata de su vida en España, de sus relaciones familiares, de la madurez femenina.

Lean estos versos:

En mis pesadillas vuelvo a la juventud
y temo verme atrapada en ella. 
Visto todo lo que tuve que pasar
para sentir un poco de paz
cada noche cuando cierro los ojos,
y aun sabiendo que madurar tiene conciencia
de que cada mañana en que abro los ojos 
está robada a un tiempo contado,
pienso:
le pueden ir dando mucho por culo a la juventud.

A mí que me devuelvan sólo las tetas.
Con un día me basta,
sólo para comprobar
si hubiera podido ser otra.


Y de nuevo, en un momento dado, entre las páginas de Noches sin dormir, me encuentro con la palabra ligereza. Y acá y allá, la ligereza en la escritura de Elvira Lindo, cualidad que envidio (no sanamente).
No escribo más ya. Es tiempo de leer.



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Luz Casal no duerme por otros motivos. Pero las noches blancas, son las noches blancas. 
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