Hace varios días que terminé el último libro de Elvira Lindo. Me llama la atención cómo ella se plantea no volver a publicar ningún libro y que, a fin de cuentas, termine haciéndolo. Deben ser las noches sin dormir, que agigantan malestares y vuelven irremediable el fastidio.
Lindo es pareja sentimental de Muñoz Molina y esa circunstancia, en la obra de ella y en la obra de él, está indisolublemente unida. La autora siguió a su marido a Nueva York, primero como consorte del director del Instituto Cervantes neoyorquino, luego, como consorte de profesor universitario. He escuchado por ahí que en esta obra Elvira desmitifica la ciudad, y claro, eso pasa cuando uno vive en un lugar durante el tiempo suficiente. En los libros, en las películas, no se aprecian tanto los inconvenientes de Nueva York: el frío y la nieve, el aislamiento, el carácter tan distinto al español. Nosotros, que somos capaces de contarle nuestra vida al pasajero que se sienta a nuestro lado, desprevenido. Empezamos por vaya clima que tenemos, no es ni medio normal (remediando a Secundina, de Gym Tony) y terminamos confiándole que nos dirigimos a realizar este o aquel recado, o que volvemos del médico por un dolor aquí o allá, o que a ver si arreglamos de una maldita vez el asunto con el banco. Que nos quita el sueño.
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Tomada de aquí |
Cuando sigues a una persona allá donde ella tiene su trabajo, tú, ¿qué haces? ¿En qué te ocupas? En el caso de Elvira Lindo, en lo de siempre, en escribir y en capturar detalles, imágenes con el móvil y conversaciones. Es una ladrona de situaciones. El texto, que en realidad es un diario y el primero que ella escribe, no trata solo de Nueva York y de su vida allá. No. También trata de su vida en España, de sus relaciones familiares, de la madurez femenina.
Lean estos versos:
Lean estos versos:
En mis pesadillas vuelvo a la juventud
y temo verme atrapada en ella.
Visto todo lo que tuve que pasar
para sentir un poco de paz
cada noche cuando cierro los ojos,
y aun sabiendo que madurar tiene conciencia
de que cada mañana en que abro los ojos
está robada a un tiempo contado,
pienso:
le pueden ir dando mucho por culo a la juventud.
A mí que me devuelvan sólo las tetas.
Con un día me basta,
sólo para comprobar
si hubiera podido ser otra.
Y de nuevo, en un momento dado, entre las páginas de Noches sin dormir, me encuentro con la palabra ligereza. Y acá y allá, la ligereza en la escritura de Elvira Lindo, cualidad que envidio (no sanamente).
No escribo más ya. Es tiempo de leer.
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Luz Casal no duerme por otros motivos. Pero las noches blancas, son las noches blancas.
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