Frío y blanco


Si en mi anterior post hablaba de tés y novelas que acogen y abrigan como mantas o colchas amish en este lo haré de novelas frías y blancas como la nieve; novelas en las que cuesta penetrar porque no hay apenas sombra... porque la luz, omnipresente en la historia, acaba por desvelar, por irritar, incluso. Acabo de terminar El estrecho del Lobo, de Olivier Truc; la segunda de la saga iniciada con El último lapón. Es esta una historia extraña para los que disfrutamos de las cuatro estaciones y vemos la nieve de tarde en tarde... por lo mismo, obliga al lector a estar pendiente y a no rendirse ante la aparente frialdad lapona. 

En El estrecho del Lobo el laureado Truc (más de veinte galardones literarios) enfrenta  la tradición al progreso. A los samis y su vida trashumante como pastores de renos y a los lapones sedentarios y pendientes de las compañías petrolíferas que horadan el Mar de Barents y que parecen ser el presente y el futuro de Laponia. Y, en medio de todo ello, la policía de los renos, otra especie en extinción, encargados de velar porque las normas se cumplan ... y los renos queden fuera de la ciudad. Estos polis de los renos son un hombre cincuentón (un mujeriego con sus propios demonios) y una muchacha rubia de veintitantos, con una madre fanática religiosa y un padre desaparecido, y que no acaba de acostumbrarse a la estación de la luz lapona. Estos polis, poco a poco, van ganándose tu simpatía, con sus motos de nieve, sus andares de pato (van envueltos en múltiples capas, como las cebollas) y sus rutinas diarias, duras y frías. 

En esta entrega de la serie, se denuncian los abusos cometidos con los buzos en los años 70, 80 y 90 por parte de las compañías petrolíferas. Inmersiones arriesgadas, descompresiones hechas a todo correr para rentabilizar el gasto y potenciar los ingresos y, como resultado, hombres desechos física y psicológicamente: encefalopatías, depresiones, enfermedades pulmonares, pérdidas de memoria, depresiones... y suicidios. 

Es una novela en la que hay que adentrarse poco a poco, porque de buenas a primeras, no acoge. No hay que dejarse amilanar por el frío, el blanco inmaculado o la aparente indiferencia de los protagonistas; hay que tener paciencia pues, enseguida, éstos comienzan a destilar calor, emociones, pasión y dolor. Sin duda El estrecho del Lobo, junto con El último lapón, nos ha abierto una ventana a nuevos paisajes y ambientes a los aficionados de la novela negra. 

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