Mujeres y hombres (sin viceversa)

Aún me conmueven los gestos pequeños, las cosas pequeñas que le suceden a la gente. Me gusta capturar al vuelo una frase, o un guiño disimulado o una sonrisa con picardía. Nuestras vidas son tan pequeñas como gotas bailoteando en un océano, pero ah. Qué importantes son. Lo dice Manolo García: [somos] centros de universos, muñecos de resorte. Quizás no interese que alguien narre las peripecias de una vida común y corriente, los sentires, las zozobras, las delicadas decisiones que alguien (usted o yo) ha de tomar en un instante determinado. Tal vez sea más importante fijarse en las cosas grandes, en las hazañas, en las heroicidades. 

Pero a mí sí me interesan los pequeños detalles de una vida cualquiera, sí, ya lo creo. Me interesa indagar en hombres y mujeres corrientes y molientes. De eso escribo cuando escribo. A veces pienso que ejerzo (sin pretenderlo conscientemente) de cronista del detalle, y me gusta. Cada cual con sus gustos y su afición.

Hace un mes y pico, sin ir más lejos. Estaba yo en Arévalo, por una de esas cosas de la vida (de una vida común y corriente, como la mía). No sé si conocen el castillo de Arévalo, que hoy es museo. Estaba cerrado la tarde de julio que pasé por allí, pero es una gozada sentarse a su sombra y contemplar su silueta, las torres, las ventanas saeteras por las que los centinelas escudriñaban el horizonte. Había unos hombres mayores, conversando. Uno, el que parecía tener más mundo (y ser un poco más joven que los otros), llevaba la voz cantante en la charla. Lo imaginan. Siempre hay uno de estos hombres, a los que los demás hombres admiran y escuchan con atención. Vestía camisa blanca de manga larga, pantalón de tergal y zapatos negros; cubría la cabeza con sombrero de paja. Y decía: las mejores hembras son las alemanas. Si no fuera porque tienen muchos pelos en las piernas. Los otros dos asentían y preguntaban con el gesto, ¿cómo lo sabes? ¿Acaso es que has tenido amantes alemanas? No, no, no vayáis a pensar. Lo sé porque he leído mucho. Las mejores mujeres, las alemanas. 

Ah, cómo me hubiese gustado ser veinte años más joven, veinte centímetros más alta y tener un veinte por ciento más de descaro. 

Cosas pequeñas. Insignificancias del vivir. Ah, cada cual con su afición y sus gustos. 

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