La felicidad es separarse... y no tener miedo de no volver a verse

En agosto me he dedicado a emborracharme de lectura. El primer domingo lo ocupé con la última novela de Lorenzo Silva: Música para feos (Destino). Además de leer, bailoteé con Mónica mientras Ramón nos observaba desde la barra (si he de ser sincera a mí apenas me echó una ojeada. La miraba sólo a ella.). 

¿Por dónde empiezo? 

Tengo la (in)sana costumbre de leer reseñas antes de comenzar la lectura de cualquier obra; también entrevistas al autor, artículos... La mayoría de las veces me espolean la glotonería lectora, y los pequeños detalles que se me revelan hacen que combine la certeza con la imaginación y la espera... alimento esencial en cualquier pasión. Pero en este  caso, al terminar la novela, me arrepentí. Porque uno de los detalles importantes es en qué se ocupa él. Y eso lo sabía antes de abrir la obra; así que la escritura de este post me pilla sensible con este tema... intentaré no hacer spoiler (no destripar, según la Fundeu) gratuitamente. 

La última de Silva es una historia de amor, y a mí, qué quieren qué les diga. Me encanta que así sea. ¡Cuántas veces he esperado que Vila y Chamorro tuvieran algo, lo que sea! Sí, ya sé que les va muy bien siendo pareja de guardias civiles, amigos, compañeros y nada más. O nada menos.

Al lío. 

Me ha seducido la historia de Mónica y Ramón. Me ha gustado mucho. Si bien al principio la voz de Mónica no conseguía atraparme (¿una mujer que aún no había cumplido los treinta, hablando con tanta madurez? ¿Una mujer que dice de ella misma que aún no es tan vieja como para comprarse un gato? Este último pensamiento no me convenció demasiado); después, en el vuelo de las páginas, me conquistó su ternura, su fragilidad y su fuerza, su necesidad de querer. Su experiencia vital forjada a base de decepciones lógicas del vivir. Su lealtad. 

Ramón me enamoró desde que lo vi apoyado en la barra (¿será porque soy mujer?), y a partir de entonces, extrañé su mirada en el relato. Su voz, más allá de sus diálogos con Mónica (habremos tenido tiempo para no engañarnos, ni tú a mí, ni yo a ti, ni cada uno a sí mismo. El sábado que viene los dos estaremos en condiciones de disparar. Tenlo presente: podré dispararte. Ay). Que me contase él su incertidumbre, sus anhelos, sus sentires, sus zozobras. Y qué fue lo que le llamó la atención de Mónica: saberlo a ciencia cierta y no intuirlo solamente. Pero entiendo la decisión del autor, y considero este echar en falta un acierto en la construcción del personaje. Ramón atrae. Es él. El hombre. Ramón es honesto, juega limpio hasta donde puede. Lo hermoso de este relato es que los dos, hasta donde pueden, juegan limpio. 

Es amor lo que narra Silva, no intercambio de fluidos. El propio autor lo explica desde la voz de Mónica, y es el segundo matiz que me incomodó un poco (junto con: todavía no tanto como para comprarme un gato y no esperar nada más de la vida.). Entiendo las razones del escritor, entre tanta sombra y tanto Grey, secuelas, precuelas e imitadores, la frase de la editorial una historia de amor a contracorriente, junto con la portada (para mí gusto preciosa) podría llevar a engaño al lector. Aún así, bendito engaño. Me explico ahora yo: un lector de Lorenzo Silva nunca esperará de él un relato de ese jaez. Jamás. Yo no lo esperaba, ni lo espero en un futuro. Esto lo sé a ciencia cierta. Un no lector de Silva, un despistado que no haya leído nada de él (ni novelas, ni artículos, ni entrevistas), igual se sentirá hechizado al descubrir la diferencia. Entre folletín barato y literatura. 

Para saber lo importante de Mónica y Ramón, antes de leer la novela, este post del autor. Para alimentar la pasión lectora, el primer capítulo. Ah. Este hombre y esta mujer, a lo largo de su relación se regalan 21 canciones. Disfrútenlas. 

Y, ¿verdad que no he destripado mucho del argumento? 

P.D. El título de este post es una bella frase de Mónica, tras un encuentro con Ramón. 

Comentarios