El comisario de los ojos tristes

Nápoles, años treinta y un comisario de ascendencia noble con ojos claros que ven lo que los demás no ven. El comisario Ricciardi es un hombre singular, apuesto y triste. Lleva con resignación una carga que no quiere compartir con nadie: ve y escucha a los que han muerto de forma violenta, ya sea por accidente, suicidio o asesinato. Esto, a nadie se le escapa, es un valor en alza para su profesión, pero el problema es que él no puede compartir con nadie eso que le ocurre. Si acaso, su vieja tata puede intuirlo, y su fiel compañero de armas, el sargento Maione, también. La tata conoció a la madre del comisario, mujer hermosa y frágil que acaso compartiera con el hijo la carga, el sacrificio. El sargento Maione sabe que el comisario es un hombre extraordinario y sospecha que algo hay. Pero no puede imaginarse qué. A nadie se le escapa, tampoco, que este valor en alza, esta carga, este sacrificio... es muy enojoso, por no decir terrible. Imaginen ver un accidente de tráfico repetirse una y mil veces. O ver a un suicida cometer su acción cuando salen del trabajo, o van de compras o a tomarse un café. Menos mal que las apariciones se esfuman cuando los muertos recuperan la tranquilidad. Y, ¿qué sucede con los asesinatos? Luigi Alfredo Ricciardi no lo tiene tan fácil; no ve al asesino, sino a la víctima... pronunciando sus últimas palabras, realizando algún gesto misterioso o sonriendo a quién sabe quién. Claro que es un acicate descubrir el misterio. Pero es un peso muy grande el que nuestro comisario lleva en el pecho.

Alfredo es atractivo, con esa belleza que tienen los hombres atormentados y a los que algunas mujeres anhelan salvar. Vano anhelo; no hay salvación ni perdón efectivos si uno mismo no se perdona, ni se salva. El comisario tiene a dos bellas detrás de sus ojos, una recatada, modesta y sencilla; otra, avasalladora, hermosísima, salvaje. Él se debate entre una y otra, sin decidirse (no encuentra excusa para compartir su vida, esa carga), aunque la hermosa ha conseguido bastante más que la discreta. Cosas del querer...

Hay mucho más que descubrir en las novelas de Giovanni. Maione, por ejemplo. Un extraordinario personaje secundario con una tragedia familiar a sus espaldas, el hombre duro que no es tal, amigo de sus amigos, un buenazo. O el doctor Bruno Modo, sin pelos en la lengua, íntegro, cabal, consecuente. 

Dice Maurizio de Giovanni que la idea de un comisario que veía cosas que los demás no podían ver, le asaltó en una cafetería. Sentado a una mesa, entrevió a una mujer que se asomaba. Fue una visión fugaz, una chispa, la luz de la inspiración. El resto... trabajo duro. 


Otro que tiene chispas de inspiración. Y luego, el trabajo. 

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