Cosas del vivir

En el paseo marítimo las terrazas de los bares se suceden sin cambios. Las sillas de plástico y las mesas se ensuciaron con la lluvia de la tarde. Por qué me siento aquí y no allí es cuestión de música. Siempre quise que me escribieran cartas con palabras bonitas.


El café con leche está demasiado amargo y demasiado caliente; el murete y la valla metálica cortan en fragmentos azules el mar. A mis espaldas, una mujer tararea bajo mi ventana. Enfrente un muchacho treintañero me mira, aburrido. Un perrillo husmea entre las servilletas y las colillas. El dueño del bar es un hombre flaco y pequeño que lleva el uniforme de camarero (pantalón negro, camisa blanca, zapatos cerrados) con resignación. Y me pregunto cómo será el vivir aquí todas las estaciones, poniendo y quitando las mesas y las sillas, desplegando y arriando las sombrillas. Cómo será el quedarse aquí cuando nos hayamos ido y el cielo se encapote. Cómo será mirar siempre el mismo mar y desear la otra orilla. 

Hay un hombre y una mujer que me parecieron madre e hijo y resultan ser pareja. Él la besa y la lleva de la mano, ella ríe, nerviosa y confundida. Debe ser confuso que te quiera alguien mucho más joven que tú. 

Una niña salta las olas mientras come un pastel de nata. Un helicóptero sobrevuela la bahía anunciando no sé qué de un evento con jamón. El sol se prepara para ahogarse en el mar. 

Atardecer en Chipiona, Cádiz.

Cómo será decirse cosas bonitas sin mediar palabra. 



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La foto es de la que escribe el blog.
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