Y de repente...

Quizás les ocurra lo que a mí en las peluquerías. Me refiero a que si padecen miopía galopante, me entenderán. Llega el momento de que te laven el pelo, o de que te tiñan, o de lo que sea. Y, segundos antes de ese instante, te quitas las gafas. Rectifico. Quizás les ocurra lo que a mí en las peluquerías si padecen miopía galopante y usan gafas (con las lentillas no hace falta, ¿verdad?). Sí. El mundo se muestra en un halo difuso que, si bien no es posible confundir con la felicidad, borra las imperfecciones más pedestres. Me explico. Esas pinzas en la cabeza. Ese pelo aplastado, embadurnado de pegajoso colorante permanente. Esos papeles de aluminio que hacen parecer a cualquiera hermano de aceite de C-3PO.  Todo se difumina; el dolor que te causa el peluquero al tirar de tu cabello maltrecho con la firme decisión (firme, pero no sabia) de conseguir el mayor volumen posible. ¿Volumen? le preguntas, mirando a sus pupilas castañas con tus pupilas charca. ¿Y qué es eso del volumen? Y él que te contesta, volumen es lo que le voy a dar tu pelo, eso es volumen. Y entonces tú, sin gafas y escéptica, meneas la cabeza y te metes la revista del colorín en la nariz para ver si captas algo (el último novio de la modelis de turno, quién ha dejado a quién y por qué, y cómo es posible que un tipo le ponga los cuernos a su novia con su doble). Todo se matiza, hasta el tener que contestar al que te hago de toda la vida, y tú, queriéndote dártelas de graciosa, dices, quiero el pelo azul con las puntas rosas, y luego, horrorizada, (no en vano, sin gafas, no ves nada, nada, nada) te apresuras a reírte para quitarle hierro al asunto y que quede claro que es una broma. ¿Saben qué? Si su vida le está dando achaques últimamente, si es usted miope sin solución y usa gafas, vaya a la peluquería. Dejará de ver la vida como hasta ahora. Dejará de ver. Y a veces, ¡para lo que hay que ver!

Sin embargo, todo dogma tiene su contrario. Toda teoría tiene sus partidarios y sus detractores. El ying yang, la noche y el día, la luna y el sol, el verano y el invierno. A veces, sin embargo. Estás en una peluquería, sin gafas, en la práctica completamente ciega. Ves a los que tienes a tu alrededor, a tu peluquero que levanta tus mechones finos hasta el infinito y tironea y tironea, y a tu lado, a una persona que debe ser una señora haciéndose la permanente, y más allá a un jovenzuelo al que le están cortando el pelo al uno. Pero ni idea de si tienen el pelo negro, rojo o rubio. Ni idea de si son gordos o delgados, si los conoces o no. Es curiosos. No reconoces a nadie. Tendrá que pasar tiempo (el tiempo de un tinte) para que caigas en la cuenta de que a tu lado está ella, esa chica con la que te gusta hablar, y fíjate por donde, ni te habías percatado del asunto. Pues eso. Y de repente... entran una madre y su hija, una niña. Tú, que no reconoces los rasgos pero sí los volúmenes, adviertes que se trata de una madre joven y de una niña pequeña. La madre lleva corto el pelo, la niña tiene una melena graciosa. Se sienta, muy ufana. Quiero cortarme el pelo como mamá. ¿Como mamá?, pregunta el peluquero, un tanto mosqueado. Sí, como mamá. ¿Las puntas?, quiere asegurarse el maestro de la tijera, mirando a la madre. No, no. Corto, corto. Qué raro. Normalmente las niñas no quieren llevar el pelo corto. Mi hija, sí, dice la madre con un punto de orgullo en la voz. Y una, que está incapacitada momentáneamente (el asunto de las gafas y tal) para descubrir expresiones, escucha el silencio de la niña mientras las tijeras hablan y los mechones caen. Un poco más tarde, salen las dos de la mano. Con las nucas al aire. Y me da por pensar que ojalá hubiese podido verlas, saber quiénes son, porque me gustaría reconocerlas por la calle. Ese modelo de mujer que la niña tiene. Aunque luego, al hacerse mayor seguramente querrá ser completamente distinta (tal vez se deje una melena larga, hasta la cintura, y se lo rice, y se lo tiña de malva).

Una mujer joven, con el pelo corto. Una niña. Y de repente... te hubiera gustado verlas, ver la vida y sus achaques, y sus sonrisas, y sus nucas. Lástima. 




P.D. Otra madre y su hija, estas de película. Ahondando en el tema de los modelos, y demás. 

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