"Procesos altamente ineficientes, complejos, caros y frágiles"

La definición no es mía; la leí ayer, mientras cocinaba la brutal e increíble Trenza de ternera de webos fritos. Ya saben, entre que sube la masa previa, se enfría el relleno y se deja levar, hay tiempo más que de sobra para leer artículos como éste: Soylent: ¿quién tiene tiempo para comer?, de Karelia Vázquez. Resulta que un muchachito veinteañero de Silicon Valley, Rob Rhinehart, y su panda de compañeros de piso se harán ricos por un quítame de comer que pierdo el tiempo, neuronas, dinero y energía en comprar, cocinar y sentarme a la mesa como un homínido civilizado. El brebaje que ha inventado tiene todo lo necesario para vivir con garantías: lípidos, proteínas, minerales, vitaminas. Un chollo, vamos. Se mezcla en la batidora con un poco de agua y hale, para dentro. No debe de saber muy bien, y la textura debe recordar a las papillas de los hospitales, pero qué diablos. Anda que no ahorra tiempo y dinero. Y es que sus comidas son, el 90 %, de esas que sirven para recargarse que no para disfrutar. Porque él no es un loser, él está haciendo cosas importantes. Este muchachito recuerda la leyenda del todopoderoso Zuckerberg, que se viste con camisetas grises y vaqueros para dejar que su mente privilegiada trabaje a sus anchas, sobre la base de ganar más dólares, más. La autora del artículo, lo describe muy acertadamente: Se trata de buscar atajos para saltarse las obligaciones de la vida diaria, como comer y vestirse, para recuperar ese tiempo e invertirlo en otras actividades. A mí, qué quieren. Todo esto me recuerda a Sheldom Cooper y a sus dados. Vean, vean.



Háganse cargo. Allí estaba yo, sobre la mesa de la cocina, mientras en la encimera levaba una trenza de ternera que aún tenía que hornear, y todo el proceso, altamente ineficiente, complejo, caro y tan frágil que cualquier cosa podría echarlo a perder (una corriente de aire, un movimiento brusco al pintar la superficie con yema batida); leyendo estas cosas y viendo la carita del muchacho, tan feliz, posando con su producto empaquetado, listo para deglutir. Suspiré. Cambié de lectura y leí este reportaje/entrevista a una mujer fascinante, Jane Goodall (Cuando miro a los ojos de un chimpancé, siento) Como si mirara en los de un ser muy cercano. Veo una personalidad, una mente. Siento que me sumerjo en los ojos de alguien que tiene mucho que enseñarme. En la biografía de esta increíble investigadora, cuenta cómo a los 23 años viajó a Gombe, Tanzania, con la sola compañía de su madre y (atención) un cocinero. Plantó la tienda en la selva para seis meses y allí sigue. 
En Gombe, junto a Freud  (Foto: IJG/Michael Neugebauer)
Esta mujer es sabia, me digo mientras meto la bandeja en el horno con mi flamante trenza (lamento no tener imagen que refrende esta afirmación. Tengo, eso sí, un testigo); y sí, como finaliza el artículo ¿Quién tiene tiempo para comer? de Karelia Vázquez, el muchachito ha decidido poner la fórmula libre en internet, para que Cualquiera que decida emplear la hora (o media hora) del almuerzo en otro asunto puede conseguir la mezcla ahora mismo. Pero olvídese del sentido del gusto, la vista y el tacto. La elección está en su mano. 
Qué horror llevar una vida así. Sí, Rhinehart, cocinar es un proceso altamente ineficiente, complejo, caro y frágil. Y entusiasmarse con un color, o un paisaje. Y estudiar a los chimpancés durante medio siglo. Y viajar. Y sonreír. Y amar. Y vivir. Por ello, todo eso es tan valioso. 

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