Blogs, blogs, blogs

Leo estos días el blog de una escritora. Se trata de un diario personal en el que los nombres aparecen ocultos tras iniciales, pero conociendo a la mujer que lo firma, no hay secreto que valga. Leyendo este diario me he acordado de otro al que le he perdido la pista; ni siquiera sé cómo se llamaba la página, ni su autora. Era una madre adoptiva que contaba en primera persona los avatares con su hija, una niña china. La niña, que llegó al hogar con tres años, era una criatura de carácter fuerte, forjado en sinsabores y separaciones tempranas. La mayoría de los post te arrancaban una sonrisa, mientras descubrías junto con la madre el plato preferido de su hija, la última travesura, el penúltimo dibujo que prender de la puerta de la nevera. Hubo uno que me conmovió especialmente. La niña tenía reparos en querer. No se fiaba, ¿quién le aseguraba que esa madre tan cariñosa y esa casa tan bonita no eran más que un sueño? Igual si los tocaba, si se dejaba abrazar, se desvanecerían como un espejismo en un día extraordinariamente caluroso. Contaba la madre que las primeras semanas la niña rehuía todo contacto físico. Los días eran continuas luchas en las que ir conquistando el derecho de vestirla, de peinarla, de acariciar el envés de su rostro. Hasta que cayó enferma; uno de esos catarros tan frecuentes en los niños. Entonces, sí. Esa batalla la ganó la madre, la nena se dejó mimar. derrotada por el dolor febril y la ternura. 

Hay tantas historias en esos diarios personales. Siempre quise escribir el relato de esa madre adoptiva, pero no me correspondía el hacerlo. Tampoco me corresponde narrar el relato de esa mujer que escribe y añora otros momentos en los que se sintió plenamente dichosa. Ahora está triste, se siente y está sola. Me pregunto si la madre habrá escrito su historia. Me pregunto si la escritora escribirá la suya. 

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