Postureos

Ignoro si en otra época todos los mozos y todas las mozas se comportaban como la que escribe. Quizá, no. O quizá ya no lo recuerdo; una acaba cayendo en la cuenta de la tira de años que tiene cuando es incapaz de salir a la calle con los riñones al aire. 
El caso que me ocupa corresponde al sábado por la tarde, en una cafetería cualquiera. Dos jovenzuelos de unos dieciocho años se aburrían. Sí, se aburrían como se aburren los que no tienen nada que decirse. Los que se encuentran incómodos con la presencia del otro. Bostezos, el rostro sepultado entre los brazos, las miradas errantes, buscando quién sabe qué demonios. 
Él, no hacía ni intentona de acercarse a ella. Ella, lo mismo. No era cuestión de mosqueo, no había morros, ni morritos de por medio.
En esto, que una camarera les toma nota. Y al cabo de cinco o diez minutos, resurge la camarera en cuestión con dos zumos de colorines en la bandeja. Para él naranja, para ella, verde primavera. ¡Qué maravilla de brebajes! Parecían pócimas de alegría. Y en esto, que el mozo enciende el móvil y a la moza se le iluminan los ojos. Colocan artísticamente las copas altas. La muchacha se atusa el pelo y ensaya una sonrisa. El muchacho se peina el tupé y se pone una media sonrisilla que quiere ser de conquistador. Se aproximan. ¿Se besan? Noooo ¡que no se ven los colores increíbles de los zumos! 
Cuando el momento selfi pasa, todo vuelve a la normalidad. Al aburrimiento más absoluto. 

Escucho este fin de semana que los jóvenes utilizan las redes para construirse una imagen ideal, no para conversar, ni para profundizar en las diferencias, ni para establecer relaciones. Mayoritariamente, para propagar imágenes falsas, mejoradas y molonas, de ellos mismos. 

Qué desperdicio. ¿Dónde quedó el mirarse a los ojos, el robo de un beso, el moriría por vos?

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