Laberintos e inquietudes

Estos días, en el Centro de DesarrolloSociocultural, expone su obra Carlos Civieta. Carlos, pintor y grabador, ha sido mi compañero de trabajo durante casi quince años; aunque él ha desarrollado su labor como coordinador cultural en el Centro durante veinticinco. Carlos, que programaba exposiciones de otros artistas, nunca quiso hacer lo propio con su obra hasta este momento; imagino que por pudor y honestidad. Con la jubilación, las tardes de verano que otrora soñaba se han instalado para siempre en su estudio; ha llegado el tiempo de mirar al mundo sin prisa, frente a un caballete o a una mesa, con los útiles de pintor y de grabador. Es el tiempo de inventar otras atmósferas, o de cobijarse en aquellas que despiertan su interés, como los laberintos de una hortaliza o los misteriosos secretos que encierra la tierra labrada.

La exposición, el catálogo, los vídeos, los textos. Todo fue preparado por buenos amigos y buenos compañeros de Carlos Civieta. El acto de inauguración fue un hermoso abrazo de reconocimiento y afecto; creo que Carlos lo sintió así. En cuanto a mí, tengo sobre mi mesa uno de los catálogos de la muestra Carlos Civieta. Pinturas y grabados, 1973-2014. Dedicado. Y también tengo, adherida a la piel, la necesidad de escribir algo, unas palabras, unas frases, a este compañero sereno; yo diría que razonablemente feliz (si es que la felicidad es razonable); y siento, en un lugar que no sé nombrar (como desconozco el nombre de los útiles o las rutinas y disparaderos del artista), la desazón de no haberlo hecho. De no haberlo conseguido.

Un domingo por la mañana me puse manos a la obra con la intención de escribir un cuento, o dos. Surgieron dos textos, uno sobre el cuadro Ventanal y otro sobre la obra Encina blanca sola. Ventanal es una sucesión de cristaleras; un edificio anónimo e inquietante enmarcado entre un césped esmeralda y un cielo azul. Imaginé a un hombre que observaba las ventanas y a otros seres humanos que lo miraban a su vez, pegados a los cristales, adheridos como mi necesidad de escribir. El hombre era un visitante y los que lo observaban, ejecutivos, médicos o visitantes extraños de un edificio extraño. Tras él debía esconderse un cerro troquelado de encinas y una tierra de labor que aguardaba la simiente. Una imagen turbadora, quizá. La encina blanca era un árbol valiente, a pesar de no formar parte de un encinar, de permanecer independiente, sola y aguerrida, evitando el tremolar de sus hojas ante el toro o el hombre. Un tanto desazonador quizá, como la zozobra por escribir antes de que las obras de mi compañero marchen rumbo a otra sala de exposiciones.

Fueron muchos los viajes que hice con Carlos. Recuerdo que alguna que otra vez llegamos tarde a destino, enfrascados en una charla ligera que tocaba puntos cruciales de la vida. La ilusión, la literatura, las horas de luz para pintar, los anhelos de paseos sin fin por el campo.
Supongo que Carlos Civieta me perdonará si cito aquí a quién él sabe (me temo que es vox populi mi admiración por ese cantante de nombre corriente). La canción gira en torno a un conocimiento ancestral, ese sentir que llevamos todos grabados en la célula más recóndita y antigua: todo en este mundo necesita su tiempo. Observando las obras de Civieta, esos laberintos de textura aterciopelada y matices azulados; esas encinas solas que se miran en espejos o se radiografían las entrañas; las extrañas y bellas nervaduras de acelgas y lombardas, los cielos manchados de cables y nubes; los pinos de una casa que siempre estuvo ahí, o el barco que navega seguro y confiado en el mar prendido de la pared… la frase cobra pleno sentido. Todo en este mundo necesita su tiempo; los volúmenes; los colores; la inspiración.




Carlos Civieta: no me considero eso que dices en tu dedicatoria (colega sí, me refiero a lo otro); aunque quiero creer que sé apreciar la belleza. Y tus obras (qué difícil, eso es el arte) son el resultado final de un proceso hermoso. Maneras que tú tienes de aprehender la belleza de lo sencillo, lo esencial.


(Fotos de Joaquín Hernández Sánchez, Área de Biblioteca, Lectura y Formación. CDS. Hasta el 9 de abril de 2015, en el Centro de Desarrollo Sociocultural, de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, en Peñaranda de Bracamonte, Salamanca).


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