El palo de hacer selfis

La otra tarde paseé la ciudad con curiosidad. Febrerillo el loco se despedía en el almanaque haciendo de las suyas y Salamanca se llenó de gentes que se sentaban en los bancos, en el suelo, en el césped, en las escaleras de las iglesias y en los atrios de los edificios de la Universidad. Daba gusto. La primavera se presentía en las faldas cortas de las muchachas valientes, presumiendo de piernas jóvenes. Los días largos se anuncian en los mares de personas que abordan la Plaza Mayor desde la calle Toro y adyacentes, a pecho descubierto, como si no hubiese un mañana, ni un futuro de frío inmediato. En el Ayuntamiento se casaba una pareja; no hace falta ser Rebus, ni Harry Cole, ni siquiera el Dr. Watson para adivinarlo. Mujeres ataviadas con vestidos chillones que hacen frufru, en las melenas tocados inauditos como nidos de golondrina. Hombres con chaqués de colores imposibles (que alguien les diga que el celeste dejó de ser moda en los 70), que cubren sus venerables (o jovenzuelas) testas con chisteras oscuras. Ah, las bodas. El Ayuntamiento está vestido de andamios y las desluce, no hay otra. Hay obras por todas partes en esta ciudad que no deja de acicalarse (está muy bien para los añitos que tiene, ojo). Acaban de abrir al tráfico y  a los viandantes el puente de hierro y rodean de hierros nuestra Plaza. Todo sea para bien. 

Vi a grupos de turistas corretear por Tentenecio y cómo una chica pelirroja de melena similar a la de Julia Roberts en sus buenos tiempos, explicaba lo del toro y San Juan. Oye, para una vez que sorprendo una explicación con argumentos. Pues a celebrarlo. Un mozo de buen ver (entrado en kilos y en años) lucía un disfraz de Caperucita Roja con toda la dignidad posible (o sea, ninguna).  Muchos de los paseantes; invitados de boda, de despedidas de soltero, turistas, estudiantes,... portaban un inefable palo de hacer selfis.

Llámenme retrógrada, agresiva, intransigente, si quieren. Pero uno (en mi caso, una. O sea, yo) tenía ganas de asir uno a uno esos cachivaches odiosos (que ni siquiera parecen varitas mágicas de Harry Potter) y lanzarlos muy lejos. Qué cosa más horrenda. 

Paseé la ciudad con cierta curiosidad tras un par de semanas ausente. Sé que es mentira, que aún vendrán tiempos fríos antes de que llegue la primavera. Pero esta tregua hace que la sangre bulla con bríos, reverdecido el corazón. Lástima de los palos que enarbolan propios y extraños; tan antiestéticos, tan horteras, tan exhibicionistas. Qué cosas. Hasta tuve ganas de hacerme un selfi. 


Aquí, reflexionan sobre la mala idea de hacerse selfis con el palito. Por cierto, yo escribo selfi, porque para algo lo ha recomendado la Fundeu

Maggie May, de Rod Stewart, para un día cualquiera. Un día como el de hoy. Que lo disfruten. 

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