No me gusta el fútbol

No, no me gusta. Vale. Lo confieso. Alguna vez he visto una final en el Mundial, o en la Copa de Europa. Pero es que eso no cuenta como fútbol, ¿no? 

Sin embargo, acabo de terminar Mercado de invierno, de Philip Kerr; autor del que he leído la saga de Bernie Gunther, el detective alemán; y me gusta. Me gusta el tanto que se ha marcado Kerr con su última novela. 

Yo, que no entiendo de penaltis, ni de faltas personales, que creía que la mano de dios tenía que ver con algún arcano secreto de la pintura de Miguel Ángel en La Sixtina y no con lo que hizo Maradona. Yo. Pues yo, he leído casi de un tirón la última novela de Philip Kerr, que es la primera de su trilogía. 

¿De qué va? El entrenador del London City aparece muerto y el dueño del chiringuito (esto es, el dueño del club) le encarga a Scott Manson, a la sazón segundo entrenador ( un mulato guapetón con un turbio pasado producto de las circunstancias, y un odio cerril a la policía a consecuencia del  claroscuro), la resolución del caso. Ya se imaginan, minimizar riesgos de publicidad, etcétera. No en vano el dueño ucraniano de marras tiene vínculos, digamoslo así, con gentes y clanes mafiosos. 

Presenta Kerr el fútbol como la religión de nuestros días, y a los aficionados como los creyentes entregados que van al estadio a rezar y que, al día siguiente, cuando llegan a los curros de turno, se avergüenzan o se regocijan con la actuación de su equipo. Se chulean. Putean o son puteados. Les suena, ¿no? Una secta, vaya. Y un negocio brutal, semillero de envidias, laboratorio de relaciones humanas que juega con los egos de unos cuantos muchachos que en su mayoría no son muy leídos que digamos (con honrosas excepciones, como la del segundo entrenador, nuestro héroe). Aunque sí tuiteros. Los dedos de los futbolistas los carga el diablo, o sus propios cerebros, no muy brillantes que digamos. Lujo vergonzoso en las ropas, en los smartphones, en los coches, en las chicas operadas, en las casas, en los palcos del estadio que alquilan los millonarios y decoran como a sus jets privados. 



Me ha gustado. Y me ha recordado que tengo aparcada (pero ya no por mucho tiempo) La pena máxima de Santiago Roncagliolo, que me echaba para atrás por aquello de que trataba de fútbol. Qué sorpresas te da la vida, ¿eh?

Comentarios

Jésvel ha dicho que…
Vaya, Mª Antonia. Pues a mí me pasa como a ti, lo del fútbol es que me desmotiva, pero, visto tu comentario ¿me apunto el libro?
María Antonia Moreno ha dicho que…
Hola, Jésvel. He enlazado el programa al post, mejor lo ves y luego decides... :)