Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina

Suele ocurrirme que, en ocasiones, en medio de la lectura de una novela, pierdo repentinamente el interés y me asalta una especie de lasitud, de pereza. Entonces (son muchos los años, son algunas las lecturas), suelo retirar el libro en cuestión y me enzarzo en otros relatos, a veces frívolos, a veces no tanto. En cualquier caso, que no tengan nada que ver con la obra relegada.
Luego, muchas veces, al cabo de un mes o así, me acuerdo del libro aparcado y lo vuelvo a abrir de nuevo. Y luego, muchas veces, consigo recuperar el gusto y el brío necesarios para terminar de leerlo. 
Esto me ha ocurrido con Como la sombra que se va, la última obra de Antonio Muñoz Molina. La pereza sobrevenida creo que fue resultado de la complejidad y riqueza de sus reflexiones, del imbricado laberinto en el que, como en un juego de espejos, aparecen el Muñoz Molina joven y el actual, y el asesino de Luther King. Todos, en diferentes épocas, en Lisboa. 

La reconstrucción de lo que pudo vivir durante los diez días que pasó James Earl Ray en la capital portuguesa, es una suerte de relato policial que nos lleva adelante, atrás, adelante... pasando por el segundo en el que el reverendo se desploma en el balcón del motel de Memphis. Este relato está bien.  Más que bien. Pero a mí me han interesado otras cosas (privilegios de lectora). 


En el libro, el autor nos deja ver al joven Muñoz Molina que, recién estrenada su paternidad, escapa del contexto doméstico en el que habita para tratar de dar un final a la inolvidable El invierno en Lisboa. Asistimos a la zozobra vital del escritor, que se siente atrapado en su trabajo de funcionario, con anhelos de viajes, de aventuras, que mira alrededor con la perplejidad del que no sabe o no recuerda cómo llegó hasta allí. Cómo es posible que en esto se haya convertido su vida. Luego, está el escritor ya en la madurez, con éxito. Y el encuentro con una periodista de melena pelirroja y labios pintados de rojo que se entusiasma sin afectación. Y, luego, una larga y duradera relación entre la que fue periodista y ahora es escritora de pleno derecho, y un pensamiento amoroso que asalta al maduro autor: me gusta verla así, momentos antes de que me descubra, tal y como puedan verla los que pasan a su lado. Descubrirla en su esencia. (Escribo de memoria, no cito. Las palabras de Muñoz Molina son más hermosas, por supuesto). 

En estos últimos viajes a Lisboa y a Memphis tras los pasos del fugitivo, Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo han estado juntos; incluso Lindo ha escrito un libro sobre este proceso creativo de su marido: De 2013 a 2014, de Memphis a Lisboa, acompañé a Antonio en la escritura de su novela Como la sombra que se va. Estas son algunas estampas de aquellos días. Me gusta imaginarlos a los dos; él introvertido y callado, ella reidora y entusiasta; él, observando en silencio; ella tomando fotografías sin parar. 

En Como la sombra que se va, Muñoz Molina reflexiona sobre el proceso creativo de la escritura, con frases y párrafos para copiar y escribir una y otra vez en uno de esos cuadernos escolares de los años 80. Hace poco, en El balcón en invierno, Luis Landero hacía otro tanto. Reflexiones sobre sus vidas, sobre sus escrituras. Esos son los aspectos que más me han interesado en uno y otro libro.

Y luego, está el comprender. Eso nos lo da la literatura. Recuerdo que hace años, en una conversación con alguien a quien (sin embargo) apenas sé quién fue, tuve una discusión acalorada. Yo, a favor de Lucrecia de El invierno... y la otra persona, en contra. No la entiendo, no va con mi manera de ser, planteaba.

Qué importa. 

Algunas de las cosas que cuenta Muñoz Molina en Como la sombra que se va, no podría hacerlas yo nunca (creo). Pero las comprendo, y muchas me parecen bellas. No las juzgo, quién soy yo para juzgar. Las comprendo. Son literatura, ¿cómo no iba a comprenderlas?

Y, ¿todo esto para qué? Pues para que lean a Antonio Muñoz Molina. Esta novela o La noche de los tiempos, o Plenilunio... O El invierno en Lisboa.

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