Torpeza

Hay un tiempo alborotado, entre el gozo del descubrimiento y la alegría loca de saberse elegido, en el que uno se vuelve torpe. La torpeza, esa cualidad tan profundamente humana, producto tal vez del cóctel químico que confundimos con amor. Luego, pasado el sopetón de las hormonas, de los arrebatos, del impulso de escribir su nombre en cada trozo de papel y de descubrirte pensando , a cada rato, siempre en lo mismo (en el mismo, en la misma); el asunto amoroso o químico continúa o se rompe. Pero ya no volverá a ser. Ese sentirse tan torpe frente a él o ella y, al mismo tiempo, tan sabio, tan sabia. Tan despreocupado y tan trascendental. Tan tremendo y tan liviano. 




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