Juegos de antaño

Dos niñas jugando a las palmas en Cerezales del Condado (León)

Jugábamos al escondite inglés en la tapia de la Iglesia. Una, dos y tres. Ella se acercaba sigilosa, con su falda gris, su blusa blanca y el lazo granate en el pelo. Una, dos y tres. A veces, esperábamos a que salieran los novios y recogíamos el arroz que no se habían comido las palomas; o jugábamos a la gallinita ciega, girando en círculos como peonzas. Una, dos y tres, al escondite inglés, sin mover manos ni pies. Ni manos, ni pies, a la de una, a la de dos, a la de tres. La tapia de la Iglesia, bajo el campanario en el que vivía una familia de cigüeñas, era la almohada para apoyar la cabeza cuando saltábamos al burro tratando de adivinar si pico, si zorro, si zaina.  Ella se acercaba corriendo, uno, dos, tres, y juntando los pies saltaba en vertical muy alto, mucho, tanto que el vuelo de la falda se confundía con una cometa y el lazo rojo se le deshacía al aterrizar en el lomo del asno. Pico, zorro, zaina. Piedra, papel o tijera.
Todas las veces, las campanas de la Iglesia marcan la hora del regreso. Una, dos y tres, piedra, tijera o papel.

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Foto tomada de aquíWeb de Territorio Archivo.
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