Por unos momentos

No podían evitarlo y ella lo sabía, pero aun así la molestaba profundamente. El hecho de que supieran adónde iban y a qué, no ayudaba. Pero ella no quería ser injusta, no ocurría siempre, sólo el 90 % por ciento de las veces.

̶̶Vamos chica, ¿qué te pasa? ¡Ritmo, ritmo!

̶Va, va, Álex. No me eches la charla, anda.

̶¿La charla? ¿La charla? Sal de una vez al comedor y reparte las cartas con esa sonrisa que te reservas para el día libre, venga. Y así, no te doy la chapa.

El beso que le lanza desde las puntas de los dedos hace sonreír al viejo maitre, que la mira con algo parecido a la adoración. Si no fuese porque ella adivina que es la misma sonrisa que dedicaba a sus víctimas, se sentiría tentada de tomar sus manos entre las suyas y darle todo, su día libre, sus propinas, hasta su salario enterito, con la falta que le hace. Sin embargo, siempre recuerda a tiempo que el ex estafador más famoso del restaurante ha perdido las artes, pero no las mañas. La puerta batiente de la cocina se bambolea al compás del empuje de sus caderas. Hay algunos clientes aguardando a que alguien les diga dónde han de sentarse. Precavidos, observan el paisaje y el paisanaje que lo habita con una curiosidad sospechosa. Se dirige a ellos y les va atendiendo, indicándoles mesas que están libres, que no están reservadas, desde aquí tienen una vista muy agradable, está cerca de la cocina pero el comedor está perfectamente climatizado, no notarán nada, ningún olor, ningún ruido, les atenderemos en seguida, aquí tienen las cartas menú, ¿les voy trayendo algo para beber?, les recomiendo un vino joven que tenemos con una muy buena relación calidad precio, ya verán, les gustará

Tenía que estar ya acostumbrada a las miradas de reojo y a los cuchicheos de algunos al verla pasar, tan joven, tan pálida y tan hermosa, una camarera que no es sólo una camarera, porque en este lugar todos están marcados por su pasado, como en la película de Al Pacino, esa en la que el colega quiere cambiar, quiere, pero los demás no le dejan. Sabe que los clientes se preguntan por qué y cuándo estuvo en prisión y si es una tironera, una carterista, una drogadicta camello y si ha ejercido de puta. Si es una chica agresiva o es de las que ponen ojos dulces. Si es cierto que la gente sale rehabilitada de la cárcel o sólo algunos y según y cómo. A veces, no muchas, pero sí a veces, alguien deja caer un billete a sus pies o pierde una cartera o un billetero y observa. Es la prueba de la honradez. Ella los pilla al vuelo, a esos. Son graciosillos, los muy mamones. Se creen superiores por acudir al restaurante donde todos son ex presidiarios mientras se dejan agasajar por Serguéi, el  cocinero ruso que cocina como los ángeles, mientras tienen la certeza de que en su otra vida solía apalear por cuenta ajena. O dejan que el polaco, que se ha cambiado el nombre y ahora se llama José (con un par) les tome los abrigos, los sombreros, los bolsos a las señoras, con una mirada fatalista que parece decir, sé que puede robarme, pero qué se le va a hacer. Hay que ayudar, ayudar siempre.


La mayoría de las veces, siente tanta frustración que tiraría la sopera con la bullabesa sobre el escote de las señoras o lanzaría la bandeja repleta de platos y copas contra el suelo. Entonces sí que les daría un buen susto, a los hipócritas. La mayoría de las veces, los muy hijoputa se van del restaurante con el asombro pintado en el rostro, pues fíjate qué bien hemos comido, y no es caro, y oye, que hasta nos han tratado bien, ¿eh? Un poco desabrida la camarera, pero pobre, quién sabe los horrores que habrá visto, lo que habrá sufrido, tan joven y tan blanca, la pobrecita…

No quiere ser injusta ni desagradecida, porque sabe que hay otros clientes que no lo ven así, convencidos de que la asociación sabe lo que hace. Que sabe elegir de entre la cantera de presos a rehabilitar los que mayores posibilidades o capacidades para lograrlo tienen o muestran. Ella no quiere ser desagradecida con la asociación que hace que todos, también ella además del ruso, el polaco, el timador de ojos engañosos, el camarero de Toledo que llegó de la Modelo, y los dos pinches de cocina venidos directamente de lo mejor de Topas (somos canelita en rama, mi negra. Canelita), tengan un motivo para levantarse cada mañana. Pero a veces se pregunta cuánta gente. Cuánta.

Cuántas personas de esas que trabajan en un bar, en una tienda, en una discoteca, en una fábrica, en un almacén de pinturas, en un supermercado, en una peluquería, en un restaurante asador. Cuántas tendrán un secreto más o menos vergonzoso en el trastero del pasado. Y los que van a comprar, a beber, a bailar, a peinarse o a hacerse las uñas no son conscientes de que la que les está poniendo los bigudíes pasó una temporadita en el patio particular de la cárcel porque la pillaron haciendo de mula tenía necesidad, que si no, yo no lo hago. Que no me gusta lo que el jaco hace a la gente joven, es una calamidad. Una verdadera calamidad.

Por eso se pregunta y no es la primera vez y se teme que no será la última por qué. Por qué la asociación tiene que marcar cada uno de los establecimientos donde trabajan los ex reclusos con una diana, este restaurante es un proyecto… en el las personas tienen una segunda oportunidad… si fuese así, si la oportunidad fuese genuina, no habría necesidad de marcas.

̶Niña, más deprisa, que los platos no tienen patas. Es el cocinero, que luce un espectacular castellano junto a las cruces y a los cristos de las rodillas, hombros y espalda. Tiene un aspecto feroz, pero es un artista con las cazuelas, con la parrilla, con la carne, con el pescado. Todo lo deja para chuparse los dedos. Sé que si no tuviera el cuerpo pintarrajeao estaría currando en los mejores sitios de Madrid, niña, lo sé. Oye, ¿y si llamamos al chef Ramsey ese para que nos eche una mano y la gente conozca lo bien que se come aquí? O a ese español, no me acuerdo cómo se llama. Ya, que ya sé que tenemos clientela, pero son siempre los mismos, niña. Señoronas haciendo gala de sus obras benéficas, hombres de negocios que quieren mostrar que tienen conciencia y tal. Pero tenemos que apuntar más alto.

Cada vez que Serguéi pronuncia la palabra apuntar no puede evitar representárselo en un bosque nevado, corriendo tras un blanco móvil entre pinos y abetos gigantescos. Y el blanco móvil que no deja de huir y suplicar en ruso.

Tendría que estar acostumbrada a las miradas furtivas de los hombres que calibran si fue o es una puta. Hay veces que rechina los dientes y reprime el grito, sí, cabrón, lo fui. Y estuve en la cárcel por apuñalar a uno como tú, igualito. ¿Contento?

De cualquier manera, qué faena más grande, qué putada. 19 años y recién salida de la cárcel, en un barco en el que nos miramos todos con afable camaradería, como si nos hubiesen contratado tras enviar el CV y no captado en la enfermería o en el despacho del psicólogo de la cárcel.

Ella comprende hasta cierto punto la curiosidad de los clientes que van a comer al restaurante y se preguntan por qué estuvo en prisión esa muchachita blanca, de pelo negro y ojos tristes. Pero le gustaría quitarse de encima esas miradas, esa curiosidad y ese pasado.

̶Vamos, chica. Que te voy a quitar el día libre, se lo voy a decir al jefe. Porque te lo estás tomando hoy.

̶Pero mira qué eres cansino. Que ya está todo, que ya vuelvo a salir. ¿Sabes qué te digo? Que te quedes tú mi día libre, pesado, que no sé qué te pasa hoy.

Y entonces, uno de los ayudantes del cocinero, mete baza por ver si la hace sonreír.

̶Che, che, che, mi negra. ¿De qué le vas a dar tú nada al viejales? Che, che. Si habíamos quedado para ir por ahí…

̶Ni en tus mejores sueños, hermanito. Ni en tus peores.

̶No me seas chingona, no me seas…

Se van marchando todos y hay que recoger el comedor, la cocina... Pero antes, y como cada tarde desde que trabajan juntos, el cocinero ruso les prepara té y comentan la jugada, quién estuvo rápido, quién lento, qué plato gustó más, cuál no estuvo a la altura, se reparten las propinas, las sonrisas, y todo parece ir bien. Por unos momentos todo se difumina y sólo son un grupo de personas que trabajan juntas, que se llevan bien, que hasta se aprecian. Entonces y sólo entonces, ella parece zafarse del pasado. Por unos momentos.





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