Nadie lo dice

La mujer pasa de los cuarenta. Esto corre que vuela, se dice frente al espejo. No le importan los estragos que la vida, los disgustos, las carcajadas y el tiempo inmisericorde van dejando en su rostro, en su cuerpo. ¿Por qué será que el rostro se adelgaza y el cuerpo se engorda?, se pregunta por enésima vez. La piel y el pelo están un poco menos brillantes. Las varices no hacen sino empeorar (algún día tendré que operarme, lo estoy viendo, lo veo venir); lo de luchar contra la celulitis ni se lo plantea (¿lucha? Perdí, no ya la batalla. La guerra entera); acabó tiñéndose la melena de un tono más claro por aquello de que el negro cuervo envejece, sobre todo, cuando asoman las raíces blancas. 

La mujer aún no es vieja, pero ya dejó la juventud atrás. Si se esfuerza, ve cómo le dice adiós por el retrovisor, adiós, adiós, fue interesante mientras duró. No le importa, tenía que pasar, lo sabe, lo asume. No le importa, no, (pero no lo llevo mal, lo llevo fatal, la verdad. ¿Por qué habría de llevarlo bien?) Pues eso, que no se resigna, pero en el fondo, allá donde cae la piedra, lo sobrelleva. Lo que de veras le indigna (más allá de los anuncios de las jovencitas a las que los bikinis de la tienda sueca realzan y no remarcan) es darse cuenta. Caer en la cuenta. 

Cuando una mujer tiene veinte años y un montón de complejos. No, quita, no me pongo la falda tan corta, que el muslo se me ve flaco, o gordo. No, quita, no me pongo en bikini, que me da vergüenza. No, quita, no me pongo escote que tengo mucho o poco pecho. Y nadie, nadie, te dice o te cuenta lo hermosa que eres. Sí. Con todos los defectos, los ángulos, las redondeces. Como sólo pueden serlo las jóvenes de veinte. Tienes que pasar de los cuarenta para decírtelo a ti misma. Qué guapa eras, tan niña, con esa mirada alegre que aún creía en las sorpresas buenas. Y qué tonta, mira que no ponerte vestidos cortos, si tenías las piernas estupendas. Ah, nadie lo dice, nadie te lo cuenta. Luego, cuando pasas de los cuarenta y te miras, una mañana cualquiera, caes en la cuenta.

Y te compras un bikini, por si a los sesenta te descubres mirando una foto tuya de los cuarenta y caes en la cuenta de la belleza (distinta y sutil) que quizás poseías y nadie advirtió. Ni siquiera tú.




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No hacen falta excusas (ni siquiera un post) para escuchar a Luz Casal.
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