Juicios arriesgados

Leo estos días el blog de una escritora casada con un escritor. He de reconocer que al principio leía con asombro y una pizca de... ¿regocijo? Luego, más tarde, tuve el valor (o la desfachatez) de escandalizarme. Más que detalles de su intimidad me sorprendieron sus revelaciones. Sus sentimientos contados en primera persona: la soledad, el amor, la fragilidad de una mujer que pasa mucho tiempo sin la persona que ama, cuidando de sus hijos y aguardando a que lleguen tiempos más lentos, que regrese aquella manera de vivir pausada en la que era posible pasear y pensar, solazarse  en el hecho de estar juntos y vivos. Ya he superado el momento de juzgar a esa mujer y su diario con mis esquemas, mi estrechez de miras o mi falta de libertad. Sí. Se ha de ser muy libre para publicar un diario íntimo y lanzarlo a la web, un diario en el que sus angustias y sus pequeños o grandes placeres están a la vista de todo el que pase y lea. También sus penas, sus desdichas, su tristeza y esa fragilidad que ella asume, a la par que dibuja con exactitud sus ángulos y sus aristas. Las raíces de su dolor. Los nombres de su dolor y los nombres de sus anhelos.

Esta mañana he salido a caminar, bajo un sol que parecía iluminar un domingo de mayo. El camino estaba muy transitado por gentes de todas las edades: parejas con hijos que charlaban, matrimonios ancianos que se miraban las puntas de los pies,  bandadas de chiquillos corriendo o en bici que apenas me dejaban un hueco para pasar y sentir el viento de su velocidad. Tengo una permanente lucha por no perder el control, por eso camino. Camino y me muevo. La vida es una etapa tan larga que es imposible no caer de vez en cuando merced a la desdicha, a la soledad, a la incertidumbre, a la desolación de una casa vacía que se quedó fría y que huele a leche rancia. Todos los que juntamos cuatro letras y las lanzamos al espacio hablamos, en primera o en última instancia, de nosotros. De nuestras penas y alegrías. Lo que ocurre es que yo no tengo una vida tan interesante como esa mujer, ni viajo tanto, ni soy tan culta como  ella. No me ha pasado lo que a ella. Pero sí he vivido otras cosas. No sé si mejores, o peores. No sé si más aburridas. Diferentes. No se puede medir ni comparar pérdidas y ganancias como en una hoja de cálculo. Lo que sucede, sin ningún género de dudas, es que ella es valiente y libre, y no teme contarlo en primera persona.

Yo necesito caminar y moverme para no perder el control de mi misma. Por eso estoy tan orgullosa de mis esfuerzos por controlar los kilos de más. Por eso cuento mis cosas con subterfugios. Cada uno convive con su propia fragilidad como sabe. O puede.

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