Sensual Allende

Aunque Isabel Allende se empeñe, su última novela El juego de Ripper se me antoja una historia más de su carrera de novelista sensual, exuberante y mágica. 


Puedo estar equivocada; a fin de cuentas la capacidad que poseo para juzgar la novela negra me viene dada por mi gusto a lo policíaco: soy una lectora incorregible de misterio, de intriga, o como quiera llamarse. Desde que descubrí a Arthur Conan Doyle o a la Christie, he ido paseándome por la obra de noruegos, suecos, americanos, españoles, franceses, italianos... De Raymond Chandler a Camillieri, pasando por Maurizio de Giovanni y su comisario cenizo, o por Tana French, o por mi querido poli Wallander (a ver si se pone bien Mankell) o por Lorenzo Silva,  o Vázquez Montalbán, o Dolores Redondo, o Rosa Ribas, o tantos y tantos otros. Autores que dan sentido a mi vida de lectora, que es como decir (ya lo he escrito otras veces) mi vida. Creo firmemente que un día sin leer (para mí, ojo) es un día que he perdido y me apresuro a evitarlo siempre. Recuerdo muy pocos días en los que no haya leído algo, unas líneas, lo que sea, y no considero esta circunstancia meritoria, no, más bien la considero un privilegio que puedo ejercer libremente... y al que no quiero renunciar.
Pues bien, no es que sólo lea novela negra, no. De vez en cuando, preciso de una desintoxicación urgente, y recurro a otras obras más intimistas, relatos de lo mínimo, radiografías del alma (mi admirada Rosa Montero) o novelones de Isabel Allende.

Isabel Allende me gusta. Me gusta su mundo desbordante y sus descripciones plagadas de adjetivos, como me gusta García Márquez y El amor en los tiempo del cólera o Cien años de soledad (no los comparo, ojo. Ni a las obras, ni a sus autores). Pero cuando descubro un nuevo detective que agregar a la nómina de mis polis preferidos (como hace poco a Bora, de Ben Pastor), o a la lista de los héroes cansados, un poco canallas pero con códigos (como Eladio Monroy, de Alexis Ravelo), siento algo indescriptible. Un gozo íntimo. Un sentimiento de algazara. Así que tenía muchas ganas, pero muchas, de leer El juego de Ripper, la novela policíaca de esa chilena a la que tengo por costumbre leer siempre. Escriba lo que escriba. Casada con William Gordon, cuenta Allende que la agente Carmen Balcells sugirió al matrimonio escribir una novela policíaca a cuatro manos, y que tras veinticuatro horas, se dieron cuenta de que aquéllo sólo podía terminar en divorcio o en disolución de la alianza escritora. Así que se encerraron cada uno por separado, a escribir. Y Allende escribió El juego de Ripper. Gordon, la sexta novela policíaca (por cierto, no he leído nada suyo... ¡uno más a la lista!).



¿Hay crímenes en Ripper? Sí. ¿Hay tensión? Sí. ¿Hay misterio? Sí.
Hay amor, hay atracción, hay sensualidad y gozo por vivir. Hay tanta carga de sensualidad. Se derrama en los aceites y aromas que utiliza Indiana en la clínica holística, en las calles de San Francisco, en las comidas, en el dolor, en la alegría, en la tristeza. En los adjetivos. Es Allende, la sensual Allende, en estado puro. Y los crímenes son, como bien dice ella, un cambio de tema, no de estilo.
Como me gusta Allende, me gusta El juego de Ripper, novela que recomiendo a sus incondicionales, independientemente de que sea negra o una más de realismo mágico. Y eso qué importa. Es de Isabel Allende.   

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