Del émbolo a la magia

Para J., porque él más que nadie, lo sabe



Raquel es una mujer peculiar. Es común y corriente que se ponga algunas prendas al revés, o que lleve los calcetines disparejos, o que olvide dónde dejó las llaves y dónde es que guardó la mermelada de fresa. Es capaz de comprar yogures como si no hubiera un mañana y encontrarse, al alba, cuando suena el despertador y sólo es capaz de ponerse en pie café mediante, con que no tiene ni una pizquita de ese brebaje. Ni molido, ni en grano, ni en infusión. Un desastre, apuntarán ustedes. Peculiar, digo yo. 

Raquel es una mujer valiente y temerosa. Viaja poco porque no le llega el dinero, pero no deja de tomar un tren o un autobús si se le presenta la ocasión. De subirse. También es frecuente en ella el emprender un trayecto para ir al punto A y terminar en el punto B. ¿Por? Por múltiples razones: despistes, distracciones, accidentes, una puerta que no se abre, que no se fija en que es el número 3 y no el 7. Cosas así. Luego, si se pierde en una ciudad desconocida, desorientada y confusa, empieza a temer que nunca jamás volverá a encontrarse. Y se maldice, porque se necesita estar tonta, Raquel. Porque tu foto está en la T de tonta. Porque si te entrenas, no lo haces mejor, bonita. 

Raquel es, también, una mujer con la autoestima limitada. Limitada por sus límites. Se conoce, vaya. Sabe. Hasta dónde llega. Cómo y porqué. Y lo admite. Esto no es baladí. Hay gentes que no se conocen nunca. O se conocen, pero hacen como que no, e intentan creer que son estupendas, magníficas, maravillosas. Perfectas. Ella no es de esas gentes. A estas alturas de la novela, no tiene reparos en reconocer que se pone como una energúmena si tiene hambre, o sed, o sueño, o cansancio. Es como un animalillo salvaje, no puede pensar, no puede hablar, le molesta que intenten hablar con ella. En cualquier caso, una vez satisfechos el hambre, una vez disipado el sueño o el cansancio, a ella le gusta conversar. Más que conversar, parlotear. Intercambiar información, hablar por el gusto de hablar. Ah. Pero. Si está cansada o somnolienta. O tiene los ojos inyectados en sangre por un hambre feroz. Ni se le acerquen. Ella avisa. Otra cosa es que le hagan caso. En esta circunstancia, si deciden acercarse, aténganse a sus modos y maneras. La que avisa, etcétera.

Raquel es una mujer poco práctica. Ella lo admite, es un rasgo de su personalidad. Lo admite y lo lleva, si no a gala, en bandolera, como un viejo bolso cómodo o una carga conocida, que pesa pero que ya te has acostumbrado a ella. Así. Es por eso que puede confundirse y confundir un instrumento por otro. Por ejemplo. Que tiene una pistola para hacer galletas y equivoca el émbolo con un tapón. Sí, un tapón. Y, claro, tiene que quitar ese chisme de plástico transparente (mira que está duro, oye, pues no hay manera de soltar este tope del muelle) para que la masa de las galletas fluya sin tropiezo. ¿Que el émbolo sirve para empujar la masa? Sí, claro. Pero eso lo ve a posteriori y porque se lo indican. No sin antes haber intentado una y otra vez romper el dichoso disco transparente. Con un cuchillo. Con una tijera. Con la mano. Menos mal que los hacen resistentes. 

Raquel es, además, una mujer con imaginación. (¿Ven? Poco práctica). Un ejemplo. El ascensor que utiliza para subir y bajar a su casa. Nadie sabe el porqué, pero en un edificio de tres plantas, el elevador lucía una espectacular botonera que incluía los pisos 4, 5, 6, 7, 8 y 9. Nadie sabe el porqué, pero a Raquel le gustaba ver esos números misteriosos cuando subía y bajaba en el ascensor a su casa. Era su Narnia particular. La puerta del armario o el andén de Harry Potter. Su Tierra Media. La comarca. La tierra de los elfos. La Vía Láctea. Imaginar quiénes vivían en esos pisos fantasmas, curiosamente, la reconfortaba. Gentes de otro tiempo. Una cantante venida a menos. Un torero retirado. La querida de un empresario de los años cincuenta. Un actor de serie B. Una profesora con un gran secreto. Un amor. O dos. Y entonces, ocurrió. De un día para otro (habían pasado cinco años, cierto. Pero a ella el tiempo se le va de otro modo) quitaron la botonera mágica. Desaparecieron los números y sus mundos paralelos, el conejo de Alicia, el sombrerero loco, el lobo de Caperucita y la vista insospechada que atesoraba el ático noveno. Qué desolación.

Raquel es una mujer peculiar. Un desastre, dirán ustedes. Poco práctica, remato yo.



A Raquel le gusta Alejandro Sanz. A mí, Manolo. No hay color. No me compares. 

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