Desafíos

Es un día primerizo. Uno de esos en los que el hielo viste árboles y arbustos, dibujando complicadas y hermosas formas blancas. El pueblo se desparrama por la montaña y se asoma al río y al puente. El castillo se antoja inhóspito y frío, tan grande, tan pétreo, tan vigilante. En las orillas del río, entre piedras horadadas por el tiempo y el agua, láminas de hielo se deslizan, toboganes improvisados para los chiquillos. Son buenos chicos, éstos. Aunque se saquen fotos y se graben mientras intentan caminar sobre un charco congelado. Son buenos chicos, lo parecen, sólo son chicos de este siglo que nos ha tocado vivir, en el que la vida offline y la online son la misma vida. Imagino que están subiendo fotos a alguna red social, poniéndole filtros y riéndose de la cara que pone uno, u otro. Se desafían, en un juego secular, en un juego en el que sólo cambian los jugadores y los modos, pero siempre es el mismo. El cielo está tan limpio que no puede ser que bajo él suceda nada malo. No hoy. No en este momento.

Un desafío, un reto. Pequeños o grandes, son los que sustentan nuestro vivir, la tarea misma de la vida. Cuando no tengamos ninguno, cuando no queramos tenerlo, estaremos perdiendo el gusto por ejercerla. Cruzar sobre un río helado, hacer un bizcocho, dar la vuelta al mundo, escribir un texto, subir la colina por el anhelo de saber qué se oculta al otro lado. Desafíos. Son el aderezo del cotidiano vivir.


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