A Brasileira

Todas las cartas de amor son. Fernando Pessoa
Todas las cartas de amor son/ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen/ridículas.También escribí en mi tiempo cartas de amor,/como las demás,/ridículas./Las cartas de amor, si hay amor,/tienen que ser/ridículas./Pero, al fin y al cabo,/sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor/sí que son/ridículas./Quién me diera en el tiempo en que escribía/sin darme cuenta/cartas de amor/ridículas./La verdad es que hoy mis recuerdos/de esas cartas de amor/sí que son/ridículos.
(Todas las palabras esdrújulas,/como los sentimientos esdrújulos,/son naturalmente/ridículas).
La boca del metro me arroja sobre el café A Brasileira. Hace tiempo que me prometí visitarlo si es que volvía a Lisboa. 
A pesar de ser noviembre, la terraza está llena; en la mesa del poeta el camarero va depositando bebidas y bandejas, mientras toma nota o se acomoda el mandil. Adentro, en las mesas dispuestas en el estrecho café (hay que ver qué estrecheces, es largo, eso sí, pero estrecho) vislumbro una silla libre en unas mesitas juntas. Aquí se comparte mesa, no importa que no seas del grupo: hay tan pocas que es impensable que un cliente tome para sí solo una. Quizás es por ese motivo, o quizás es porque no hay rubor en compartir. 
Me siento junto a dos señoras de mediana edad (qué adjetivo. Un poco mayores que yo) portuguesas, que hablan sobre compras o algo así. Van muy elegantes, arregladas en plan informal, con camisas blancas y vaqueros de marca, con botas de piel y bolsos grandes, collares discretos y pendientes minúsculos. Rubias teñidas (a su edad, todas lo son). Estoy cómoda, a pesar de que tengo que dejar el abrigo sobre mis rodillas y no me atrevo a dejar mi bolso mucho más allá. Hay bullicio en A Brasileira
Intento disfrutar del ambiente: los grandes espejos me recuerdan a otro café más grande y más decadente, el Majestic de Oporto; los dorados, el mostrador de madera, los camareros que atienden y limpian las mesas. Un matrimonio mayor, distinguido y delgado (ella con moño y camisa azul, el con sombrero y gabardina), encuentra dos sillas enfrentadas junto a la pared, y con contorsiones dignas del Circo del Sol, consigue sortear a los que se sientan junto al pasillo y se acomoda. Ella tomará dulce, él un café expresso. 
Me traen el café que pago en el momento, y que es caro, carísimo. Pero está muy bueno, o es que me lo parece, porque estoy en A Brasileira y siempre quise tomar un café aquí. Cuán cierto es eso de que las cosas son hermosas no por lo que son, sino por cómo quieres que lo sean. Estoy sola, y lo prefiero así. A diferencia de estos clientes lisboetas que paran un momento para tomar café entre adquisición y adquisición en el Chiado (son clientes de posibles, se nota), a mí no me hace falta compartir el día. Ni el café. No lo quiero, no lo necesito. Estoy tan a gusto, de incógnito, en este café de Lisboa, haciendo recuento de los tipos y los personajes. 
Luego, bajo a los servicios, y hay una mujer negra con delantal azul y pañuelo blanco a la cabeza. Es la cancerbera del lugar. Sentada en un taburete, una de sus piernas cuida de que nadie que no sea cliente acceda. Y tengo un problema, no tengo el salvoconducto. Esto es, el tique. Por fortuna, cree o quiere creer que he estado tomando café con leche. A la salida, las mujeres rubias tienen el mismo problema y me citan como testigo. La cancerbera de A Brasileira (parece haber llegado ayer en un carguero, procedente de la colonia portuguesa) no puede hacer como que no las cree, porque a mí me ha dejado pasar. Así que después de observar (con una mueca de fastidio) cómo asiento con vigor, ellas también consiguen la llave del lugar.
Y Fernando, piensa: Todas las historias de amor son... 
Bullicio y dorados en A Brasileira
En la calle el poeta petrificado parece pensar en lo ridículo de la escena, la mujer de otro tiempo haciendo un trabajo anacrónico, regular el acceso a los WC de los lisboetas más chic. Y a los turistas nostálgicos. Es ridículo Mi cafetería preferida no es ésta. 
Todo el mundo sabe que mi preferido es el Café Martinho da Arcada, en la Praça do ComercioQuerido Fernando. 
Qué quedará de nosotros, cómo nos interpretarán, quién sabeY me voy a pasear a la Praça, a beberme el amarillo de sus fachadas.
Trajines amarillos
Las fotos: Lisboa, noviembre 2013, son mías.

Comentarios

Javier R. Porras ha dicho que…
¡Cómo me gustaría volver a Lisboa! El día que lo haga, espero, iré a tomarme un café en A Brasileira, seguro. De momento, la perspectiva es Oporto en marzo, donde tengo una librería que visitar, ya sabes...
María Antonia Moreno ha dicho que…
Es como tomarte un café en el Novelty, es el mejor café? Ah, y eso qué importa!!

Disfruta de la librería y dale un recuerdo de mi parte a Oporto...