Resguardarse

Octubre se estrena y yo estreno mis ganas de resguardarme. El verano parece haber quedado definitivamente atrás, y se me antoja una nebulosa de días e historias ajenas que hice mías por unas horas. Para leer, ya lo saben, siempre hay tiempo. Más que tiempo, es inconcebible un día sin leer, sobre todo sin leer novela. Si es novela negra, ah, la felicidad. Pero hay otras felicidades envueltas en historias de sentimientos cotidianos. 

Así me ocurrió con Las Lágrimas de San Lorenzo, una breve obrita de Julio Llamazares en la que explora las grandes y pequeñas inquietudes de esta vida nuestra, perecedera y fugaz. Hay que ver, cuántas horas muertos de aburrimiento, cuántos días quejándonos de la languidez de la existencia y cuando esta llega a su fin, siempre nos parece (o nos parecerá) corta, exigua, insuficiente. Intemperie de Jesús Carrasco me dejó así, maltratada y con laceraciones en medio de un terruño seco, inhóspito y estéril. Ese sufrimiento no es muy propio de agosto, en el que todos queremos olvidar los sinsabores de la vida, tipo impuestos, subidas energéticas y más paro (treinta y una personas arriba o abajo, ya me entienden). Para aquietar tanto dolor, me calcé Benjamín de Federico Axat, relato que transcurre en Carnival Falls, un pueblo que tiene de todo, pantanos, mariposas, fantasmas, extraterrestres y asesinos con personalidad múltiple. El dolor remitió, pero me entró un miedo... 
Con La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Jöel Dicker me las prometí muy felices, pero la novela se deshizo hacia la mitad: ¿intriga? ¿amor? ¿reportaje? ¿qué era eso? Entretenida, sí, aunque a veces un tanto confusa. 
Menos mal que La sonrisa de Angélica de mi admirado Andrea Camilleri vino a salvarme del estupor con una verdadera novela policíaca: un poli completamente aturdido por la tal Angélica, un poli en una comisaría de un pequeño pueblo siciliano, Vigata, con todos esos compañeros policías tan magníficos y tan creíbles. 

Hubo más lecturas, pero no es cuestión de mencionarlas todas, porque muchas no se lo merecen y otras, sin duda, se merecen más espacio y más dedicación. Ahora acabo de terminar La isla de los cazadores de pájaros de Peter May, tras dejar a Harry Bosch, el detective más duro y más blando que conozco, en su casa, en el desfiladero de Cahuenga, (por cierto, he aquí la música que escucha Bosch) y he empezado El misterio de Pont-Aven, del escritor que se oculta bajo el seudónimo Jean-Luc Bannalec. Y eso es lo mejor. Que he estado en Los Ángeles con Harry y en la isla de Lewis con Fin, y ahora, figúrense, estoy en Bretaña con Dupin. Un gustazo.

Así que ahora que parece que esto va en serio, que el otoño ya está aquí, resguárdense. Quizás leer no cambie las cosas, pero abre resquicios por los que mirar a otras vidas, a otros lugares, a otros cielos. Nos resguarda de la realidad gris. 



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Playa de Zarautz, 2013. La foto es mía.
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Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Camillieri nunca defrauda. Y esa Angelica, ay, sabía mucho. Un abrazo, querida amiga.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Gracias, Isabel. Otro para ti, amiga.