Cuando te topas con ejemplares vivos y representativos de la desfachatez, piensas ¿cuándo incluirán su foto junto a la definición? Haberlos, haylos, muchos, demasiados. Es un misterio para mí el que sean capaces de tergiversar la realidad con ese aire de inocencia. Si saben que tú sabes. Que lo sabemos todos. Que lo saben hasta los aborígenes australianos. Que te han pillado. Que no digas que no, que sé que sí. No, eso no ha ocurrido nunca. No, ni se me hubiera pasado por la imaginación. No, eso no es así. Y te miran a los ojos, impasibles, el rostro impenetrable de la inocencia. Serenos. La voz modulada. Tú te indignas y tu voz se afina y sube y sube. Y te abochornas porque no quieres alterarte. Y te enfadas porque no eres tú quien tiene que abochornarse. Pero es que ellos se muestran tan moderados, tan sensatos, tan juiciosos. Tan descaradamente mentirosos. Y tú, ahí, corroído por la impotencia. Desfachatez. Qué termino más redondo. Desde la d hasta la z.
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