De Gormaz a Hendaya



Gormaz:vencida pero orgullosa
Por una de esas cosas de la vida, este verano he estado cerca de castillos, de fortalezas, de atalayas. Cómo descansa la mirada con los pardos y los ocres y los verdes y ese azul que solo se encuentra en el mar espejo. Allí arriba, por unos momentos, pareciera que todo está bien, en su justo sitio, que todo es fácil, sencillo y, al tiempo misterioso y cargado de significado.

 
La mirada vuela, como un chiquillo que juega a ser avión


Allí arriba, los siglos han visto pasarhombres y batallas, amor y dolores, días gloriosos y días de desprecio yhumillación. Sin embargo, en agosto, no es de recibo que ningún hecho luctuoso arruine el paisaje. Uno quiere mirar más allá de él mismo e imaginar a los arqueros y a los herreros trabajando entre los muros de la fortaleza árabe; y casi huele el aroma de la carne asada sobre las grandes parrillas y el entrechocar de los vasos en los banquetes. La mirada vuela sobre el valle y el río, curiosa, inquieta, alborozada como un chiquillo que juega a ser avión. Y aunque allí arriba hombres y mujeres nacieron y murieron, lucharon y perecieron, se dolieron y penaron… qué hermosas son las laderas y qué fuerza tienen los montes. La fortaleza árabe parece bailar sobre la cima, vieja y rendida, sí, pero orgullosa. 

Todo parece estar donde debe

 
Un capricho...

El deseo de contar estrellas impulsó a Antoine d’Abbadie (1810-1897) a construir este capricho sobrevolando la playa de Hendaya. Serpientes, dragones, leones alados vuelan y reptan por los muros de este Castillo-observatorio de Abbadia.  A sus pies, el mar azul. El castillo contagia las ganas de aprender, de soñar, de vivir caprichosamente, sin lizas ni sobresaltos. Y casi ves a Roldán dejando caer, en un estúpido descuido, esas grandes rocas sobre la ensenada. 
 
Estos colores no son de este mundo

Qué contraste entre unos y otro. Contar estrellas o contar enemigos. Alejar a las huestes o acercar constelaciones. Una tarde de verano, cuando el sol se baña en el mar como desde hace siglos, en el Castillo del científico se celebra la dicha de vivir. Llega un coche, un utilitario, cargado de gente. Sacan bolsas y cajas del maletero: latas de sardinas, refrescos sin azúcar, pan, leche. Son los que viven en él, los que lo mantienen, los que hacen de guías. Qué contraste entre los derruidos castillos castellanos y este pequeño y coqueto palacio. Aparte del tiempo (mucho es el que los separa), la intención, el modo de vivir. 

Qué torpe, Roldán, para ser tan fuerte...

Se fue, definitivamente, agosto y la luz estival. Uno quisiera aprehender entre sus dedos esa sensación. Todo está donde debe. Sencillo y mágico, fácil y con misterio. En su sitio. Y llevarse en los ojos un pedazo de mar, un pedazo de cielo, un tapiz ocre. 

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Las fotos son mías y son de Gormaz, Soria. Hendaya y alrededores.  
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Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Precioso recorrido por el que nos has llevado de la mano maestra de tu imaginación y tu sensibilidad. Tambén a mí me ocurre que no puedo ver ningún lugar sin pensar en quienes lo habitaron antes. Besos admirados, querida amiga.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Gracias, amiga... Es especial tu comentario, viniendo de ti que eres (tú sí) una maestra en recrear lugares y personajes, sentimientos... Un fuerte abrazo.
Anónimo ha dicho que…
Excelente prosa. Un saludo.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Glups. Gracias y saludos. :)